Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
habitación, transportando una especie de fardo-. ¿Qué es eso,
Señor? ¿Qué traen ahí?
-¿Dónde lo ponemos? -preguntó el agente, dirigiendo una mirada
en torno de él, cuando introdujeron en la pieza a Marmeladof,
ensangrentado e inanimado.
-En el diván; ponedlo en el diván -dijo Raskolnikof-. Aquí. La
cabeza a este lado.
-¡Él ha tenido la culpa! ¡Estaba borracho! -gritó una voz entre la
multitud.
Catalina Ivanovna estaba pálida como una muerta y respiraba
con dificultad. La diminuta Lidotchka lanzó un grito, se arrojó en
brazos de Polenka y se apretó contra ella con un temblor
convulsivo.
Después de haber acostado a Marmeladof, Raskolnikof corrió
hacia Catalina Ivanovna.
-¡Por el amor de Dios, cálmese! -dijo con vehemencia-. ¡No se
asuste! Atravesaba la calle y un coche le ha atropellado. No se
inquiete; pronto volverá en sí. Lo han traído aquí porque lo he
dicho yo. Yo estuve ya una vez en esta casa, ¿recuerda? ¡Volverá
en sí! ¡Yo lo pagaré todo!
¡Esto tenía que pasar! -exclamó Catalina Ivanovna, desesperada
y abalanzándose sobre su marido.
Raskolnikof se dio cuenta en seguida de que aquella mujer no
era de las que se desmayan por cualquier cosa. En un abrir y
cerrar de ojos apareció una almohada debajo de la cabeza de la
víctima, detalle en el que nadie había pensado. Catalina Ivanovna
empezó a quitar ropa a su marido y a examinar las heridas. Sus
manos se movían presurosas, pero conservaba la serenidad y se
había olvidado de sí misma. Se mordía los trémulos labios para
contener los gritos que pugnaban por salir de su boca.
Entre tanto, Raskolnikof envió en busca de un médico. Le habían
dicho que vivía uno en la casa de al lado.
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