Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
En medio de la calle había una elegante calesa con un tronco de
dos vivos caballos grises de pura sangre. El carruaje estaba vacío.
Incluso el cochero había dejado el pescante y estaba en pie junto
al coche, sujetando a los caballos por el freno. Una nutrida
multitud se apiñaba alrededor del vehículo, contenida por agentes
de la policía. Uno de éstos tenía en la mano una linterna
encendida y dirigía la luz hacia abajo para iluminar algo que había
en el suelo, ante las ruedas. Todos hablaban a la vez. Se oían
suspiros y fuertes voces. El cochero, aturdido, no cesaba de
repetir:
-¡Qué desgracia, Señor, qué desgracia!
Raskolnikof se abrió paso entre la gente, y entonces pudo ver lo
que provocaba tanto alboroto y curiosidad. En la calzada yacía un
hombre ensangrentado y sin conocimiento. Acababa de ser
arrollado por los caballos. Aunque iba miserablemente vestido,
llevaba ropas de burgués. La sangre fluía de su cabeza y de su
rostro, que estaba hinchado y lleno de morados y heridas.
Evidentemente, el accidente era grave.
-¡Señor! -se lamentaba el cochero-. ¡Bien sabe Dios que no he
podido evitarlo! Si hubiese ido demasiado de prisa..., si no
hubiese gritado... Pero iba poco a poco, a una marcha regular:
todo el mundo lo ha visto. Y es que un hombre borracho no ve
nada: esto lo sabemos todos. Lo veo cruzar la calle vacilando.
Parece que va a caer. Le grito una vez, dos veces, tres veces.
Después retengo los caballos, y él viene a caer precisamente bajo
las herraduras. ¿Lo ha hecho expresamente o estaba borracho de
verdad? Los caballos son jóvenes, espantadizos, y han echado a
correr. Él ha empezado a gritar, y ellos se han lanzado a una
carrera aún más desenfrenada. Así ha ocurrido la desgracia.
-Es verdad que el cochero ha gritado más de una vez y muy
fuerte -dijo una voz.
-Tres veces exactamente -dijo otro-. Todo el mundo le ha oído.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 217