Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-De noche no se miran los pisos. Además, ha de subir
acompañado del portero.
-Veo que han lavado el suelo. ¿Van a pintarlo? ¿Queda alguna
mancha de sangre?
-¿De qué sangre?
-Aquí mataron a la vieja y a su hermana. Allí había un charco de
sangre.
-Pero ¿quién es usted? -exclamó, ya inquieto, el empapelador.
-¿Yo?
-Sí.
-¿Quieres saberlo? Ven conmigo a la comisaría. Allí lo diré.
Los dos trabajadores se miraron con expresión interrogante.
-Ya es hora de que nos vayamos -dijo el mayor-. Incluso nos
hemos retrasado. Vámonos, Aliochka. Tenemos que cerrar.
-Entonces, vamos -dijo Raskolnikof con un gesto de indiferencia.
Fue el primero en salir. Después empezó a bajar lentamente la
escalera.
-¡Hola, portero! -exclamó cuando llegó a la entrada.
En la puerta había varias personas mirando a la gente que
pasaba: los dos porteros, una mujer, un burgués en bata y otros
individuos. Raskolnikof se fue derecho a ellos.
-¿Qué desea? -le preguntó uno de los porteros.
-¿Has estado en la comisaría?
-De allí vengo. ¿Qué desea usted?
-¿Están todavía los empleados?
-Sí.
-¿Está el ayudante del comisario?
-Hace un momento estaba. Pero ¿qué desea?
Raskolnikof no contestó; quedó pensativo.
-Ha venido a ver el piso -dijo el empapelador de más edad.
-¿Qué piso?
-El que nosotros estamos empapelando. Ha dicho que por qué
han lavado la sangre, que allí se ha cometido un crimen y que él
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