Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
primero, vio que en la ventana faltaba un cristal. «Entonces
estaba», se dijo. Y poco después: «Éste es el departamento del
segundo donde trabajaban Nikolachka y Mitri. Ahora está cerrado
y la puerta pintada. Sin duda ya está habitado.» Luego el tercer
piso, y en seguida el cuarto... «¡Éste es!» Raskolnikof tuvo un
gesto de estupor: la puerta del piso estaba abierta y en el interior
había gente, pues se oían voces. Esto era lo que menos esperaba.
El joven vaciló un momento; después subió los últimos escalones
y entró en el piso.
Lo estaban remozando, como habían hecho con el segundo. En él
había dos empapeladores trabajando, cosa que le sorprendió
sobremanera. No podría explicar el motivo, pero se había
imaginado que encontraría el piso como lo dejó aquella tarde.
Incluso esperaba, aunque de un modo impreciso, encontrar los
cadáveres en el entarimado. Pero, en vez de esto, veía paredes
desnudas, habitaciones vacías y sin muebles... Cruzó la habitación
y se sentó en la ventana.
Los dos obreros eran jóvenes, pero uno mayor que el otro.
Estaban pegando en las paredes papeles nuevos, blancos y con
florecillas de color malva, para sustituir al empapelado anterior,
sucio, amarillento y lleno de desgarrones. Esto desagradó
profundamente a Raskolnikof. Miraba los nuevos papeles con
gesto hostil: era evidente que aquellos cambios le contrariaban. Al
parecer, los empapeladores se habían retrasado. De aquí que se
apresurasen a enrollar los restos del papel para volver a sus
casas. Sin prestar apenas atención a la entrada de Raskolnikof,
siguieron conversando. Él se cruzó de brazos y se dispuso a
escucharlos.
El de más edad estaba diciendo:
-Vino a mi casa al amanecer, cuando estaba clareando,
¿comprendes?, y llevaba el vestido de los domingos. «¿A qué
vienen esas miradas tiernas?, le pregunté. Y ella me contestó:
«Quiero estar sometida a tu voluntad desde este momento, Tite
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 212