Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
inesperadamente todas sus ideas sobre cierto punto y fijado
definitivamente su opinión.
Ilia Petrovitch es un imbécil», se dijo.
Apenas puso los pies en la calle, Raskolnikof se dio de manos a
boca con Rasumikhine, que se disponía a entrar en el salón de té.
Estaban a un paso de distancia el uno del otro, y aún no se habían
visto. Cuando al fin se vieron, se miraron de pies a cabeza.
Rasumikhine estaba estupefacto. Pero, de súbito, la ira, una ira
ciega, brilló en sus ojos.
-¿Conque estabas aquí? -vociferó-. ¡El hombre ha saltado de la
cama y se ha escapado! ¡Y yo buscándote! ¡Hasta debajo del
diván, hasta en el granero! He estado a punto de pegarle a
Nastasia por culpa tuya... ¡Y miren ustedes de dónde sale...!
Rodia, ¿qué quiere decir esto? Di la verdad.
-Pues esto quiere decir que estoy harto de todos vosotros, que
quiero estar solo -repuso con toda calma Raskolnikof.
-¡Pero si apenas puedes tenerte en pie, tienes los labios blancos
como la cal y ni fuerzas te quedan para respirar! ¡Estúpido! ¿Qué
haces en el Palacio de Cristal? ¡Dímelo!
-Déjame en paz -dijo Raskolnikof, tratando de pasar por el lado
de su amigo.
Esta tentativa enfureció a Rasumikhine, que apresó por un
hombro a Raskolnikof.
-¿Que te deje después de lo que has hecho? No sé cómo te
atreves a decir una cosa así. ¿Sabes lo que voy a hacer? A cogerte
debajo del brazo como un paquete, llevarte a casa y encerrarte.
-Óyeme, Rasumikhine -empezó a decir Raskolnikof en voz baja y
con perfecta calma-: ¿es que no te das cuenta de que tu
protección me fastidia? ¿Qué interés tienes en sacrificarte por una
persona a la que molestan tus sacrificios e incluso se burla de
ellos? Dime: ¿por qué viniste a buscarme cuando me puse
enfermo? ¡Pero si entonces la muerte habría sido una felicidad
para mí! ¿No lo he demostrado ya claramente que tu ayuda es
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