Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
como dice. Créame: no sólo usted o yo, sino ni el más ducho y
valeroso aventurero habría sido dueño de sí en tales
circunstancias. Pero no hay que ir tan lejos. Tenemos un ejemplo
en el caso de la vieja asesinada en nuestro barrio. El autor del
hecho ha de ser un bribón lleno de coraje, ya que ha cometido el
crimen durante el día, y puede decirse que ha sido un milagro que
no lo hayan detenido. Pues bien, sus manos temblaron. No pudo
consumar el robo. Perdió la calma: los hechos lo demuestran.
Raskolnikof se sintió herido.
-¿De modo que los hechos lo demuestran? Pues bien, pruebe a
atraparlo -dijo con mordaz ironía.
-No le quepa duda de que daremos con él.
-¿Ustedes? ¿Que ustedes darán con él? ¡Ustedes qué han de dar!
Ustedes sólo se preocupan de averiguar si alguien derrocha el
dinero. Un hombre que no tenía un cuarto empieza de pronto a
tirar el dinero por la ventana. ¿Cómo no ha de ser el culpable?
Teniendo esto en cuenta, un niño podría engañarlos por poco que
se lo propusiera.
-El caso es que todos hacen lo mismo -repuso Zamiotof-.
Después de haber demostrado tanta destreza como astucia al
cometer el crimen, se dejan coger en la taberna. Y es que no
todos son tan listos como usted. Usted, naturalmente, no iría a
una taberna.
Raskolnikof frunció las cejas y miró a su interlocutor fijamente.
-¡Oh usted es insaciable! -dijo, malhumorado-. Usted quiere
saber cómo obraría yo si me viese en un caso así.
-Exacto -repuso Zamiotof en un tono lleno de gravedad y
firmeza. Desde hacía unos momentos, su semblante revelaba una
profunda seriedad.
-¿Es muy grande ese deseo?
-Mucho.
-Pues bien, he aquí cómo habría procedido yo.
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