Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-¿De modo que usted se cree capaz de hacer frente con
serenidad a una situación así? Pues yo no lo seria. ¡Por ganarse
cien rublos ir a cambiar billetes falsos! ¿Y adónde? A un banco,
cuyo personal es gente experta en el descubrimiento de toda clase
de ardides. No, yo habría perdido la cabeza. ¿Usted no?
Raskolnikof volvió a sentir el deseo de tirar de la lengua al
secretario de la comisaría. Una especie de escalofrió le recorría la
espalda.
-Yo habría procedido de modo distinto -manifestó-. Le voy a
explicar cómo me habría comportado al cambiar el dinero. Yo
habría contado los mil primeros rublos lo menos cuatro veces,
examinando los billetes por todas partes. Después, el segundo
fajo. De éste habría contado la mitad y entonces me habría
detenido. Del montón habría sacado un billete de cincuenta rublos
y lo habría mirado al trasluz, y después, antes de volver a
colocarlo en el fajo, lo habría vuelto a examinar de cerca, como si
temiese que fuera falso. Entonces habría empezado a contar una
historia. «Tengo miedo, ¿sabe? Un pariente mío ha perdido de
este modo el otro día veinticinco rublos.» Ya con el tercer millar
en la mano, diría: «Perdone: me parece que no he contado bien el
segundo fajo, que me he equivocado al llegar a la séptima
centena.» Después de haber vuelto a contar el segundo millar,
contaría el tercero con la misma calma, y luego los otros dos.
Cuando ya los hubiera contado todos, habría sacado un billete del
segundo millar y otro del quinto, por ejemplo, y habría rogado que
me los cambiasen. Habría fastidiado al empleado de tal modo, que
él sólo habría pensado en librarse de mí. Finalmente, me habría
dirigido a la salida. Pero, al abrir la puerta... «¡Ah, perdone!» y
habría vuelto sobre mis pasos para hacer una pregunta. Así habría
procedido yo.
-¡Es
usted
terrible!
-exclamó
Zamiotof
entre
risas-.
Afortunadamente, eso no son más que palabras. Si usted se
hubiera visto en el trance, habría obrado de modo muy distinto a
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