Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
¿Por qué cree usted que me ha de importar? ¿Qué tiene de
particular que usted estuviera leyendo ese suceso?
Pero Raskolnikof, en voz baja como antes y sin hacer caso de las
exclamaciones de Zamiotof, siguió diciendo:
-Me refiero a esa vieja de la que hablaban ustedes en la
comisaría, ¿se acuerda?, cuando me desmayé... ¿Comprende
usted ya?
-Pero ¿qué he de comprender? ¿Qué quiere usted decir?
-preguntó Zamiotof, inquieto.
El semblante grave e inmóvil de Raskolnikof cambió de expresión
repentinamente, y el ex estudiante se echó a reír con la misma
risa nerviosa e incontenible que le había acometido momentos
antes. De súbito le pareció que volvía a vivir intensamente las
escenas turbadoras del crimen... Estaba detrás de la puerta con el
hacha en la mano; el cerrojo se movía ruidosamente; al otro lado
de la puerta, dos hombres la sacudían, tratando de forzarla y
lanzando juramentos; y él se sentía dominado por el deseo de
insultarlos, de hacerles hablar, de mofarse de ellos, de echarse a
reír, con risa estrepitosa a grandes carcajadas...
-O está usted loco, o... -dijo Zamiotof.
Se detuvo ante la idea que de súbito le había asaltado.
-¿O qué...? Acabe, dígalo.
-No -replicó Zamiotof-. ¡Es tan absurdo...!
Los dos guardaron silencio. Raskolnikof, tras su repentino
arrebato de hilaridad, quedó triste y pensativo. Se acodó en la
mesa y apoyó la cabeza en las manos. Parecía haberse olvidado
de la presencia de Zamiotof. Hubo un largo silencio.
-¿Por qué no se toma el té? -dijo Zamiotof-. Se va a enfriar
-¿Qué...? ¿El té...? ¡Ah, sí!
Raskolnikof tomó un sorbo, se echó a la boca un trozo de pan,
fijó la mirada en Zamiotof y pareció ahuyentar sus
preocupaciones. Su semblante recobró la expresión burlona que
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