Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
aunque desde hace algún tiempo estemos plagados de bandidos.
Pero actividad, ninguna en absoluto.
-No estoy de acuerdo con usted -dijo Lujine, visiblemente
encantado-. Cierto que algunos se entusiasman y cometen
errores, pero debemos ser indulgentes con ellos. Esos arrebatos y
esas faltas demuestran el ardor con que se lanzan al empeño, y
también las dificultades, puramente materiales, verdad es, con
que tropiezan. Los resultados son modestos, pero no debemos
olvidar que los esfuerzos han empezado hace poco. Y no hablemos
de los medios que han podido utilizar. A mi juicio, no obstante, se
han obtenido ya ciertos resultados. Se han difundido ideas nuevas
que son excelentes; obras desconocidas aún, pero de gran
utilidad, sustituyen a las antiguas producciones de tipo romántico
y sentimental. La literatura cobra un carácter de madurez.
Prejuicios verdaderamente perjudiciales han caído en el ridículo,
han muerto... En una palabra, hemos roto definitivamente con el
pasado, y esto, a mi juicio, constituye un éxito.
-Ha dado suelta a la lengua sólo para lucirse -gruñó
inesperadamente Raskolnikof.
-¿Cómo? -preguntó Lujine, que no había entendido.
Pero Raskolnikof no le contestó.
-Todo eso es exacto -se apresuró a decir Zosimof.
-¿Verdad? --exclamó Piotr Petrovitch dirigiendo al doctor una
mirada amable. Después se volvió hacia Rasumikhine con un
gesto de triunfo y superioridad (sólo faltaba que le llamase
«joven») y le dijo-: Convenga usted que todo se ha
perfeccionado, o, si se prefiere llamarlo así, que todo ha
progresado, por lo menos en los terrenos de las ciencias y la
economía.
-Eso es un lugar común.
-No, no es un lugar común. Le voy a poner un ejemplo. Hasta
ahora se nos ha dicho: «Ama a tu prójimo.» Pues bien, si pongo
este precepto en práctica, ¿qué resultará? -Piotr Petrovitch
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