Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-¿Lebeziatnikof? -preguntó Raskolnikof, pensativo, como si este
nombre le hubiese recordado algo.
-Sí, Andrés Simonovitch Lebeziatnikof. Está empleado en un
ministerio. ¿Le conoce usted?
-No..., no -repuso Raskolnikof.
-Perdone, pero su exclamación me ha hecho suponer que lo
conocía. Fui tutor suyo hace ya tiempo. Es un joven
simpatiquísimo, que está al corriente de todas las ideas. A mí me
gusta tratar con gente joven. Así se entera uno de las novedades
que corren por el mundo.
Piotr Petrovitch miró a sus oyentes con la esperanza de percibir
en sus semblantes un signo de aprobación.
-¿A qué clase de novedades se refiere? -preguntó Rasumikhine.
-Alas de tipo más serio, es decir, más fundamental -repuso Piotr
Petrovitch, al que el tema parecía encantar-. Hacía ya diez años
que no habia venido a Petersburgo. Todas las reformas sociales,
todas las nuevas ideas han llegado a provincias, pero para darse
exacta cuenta de estas cosas, para verlo todo, hay que estar en
Petersburgo. Yo creo que el mejor modo de informarse de estas
cuestiones es observar a las generaciones jóvenes... Y créame
que estoy encantado.
-¿De qué?
-Es algo muy complejo. Puedo equivocarme, pero creo haber
observado una visión más clara, un espíritu más critico, por
decirlo así, una actividad más razonada.
-Es verdad -dijo Zosimof entre dientes.
-No digas tonterías -replicó Rasumikhine-. El sentido de los
negocios no nos llueve del cielo, sino que sólo lo podemos adquirir
mediante un difícil aprendizaje. Y nosotros hace ya doscientos
años que hemos perdido el hábito de la actividad... De las ideas
-continuó, dirigiéndose a Piotr Petrovitch- puede decirse que flotan
aquí y allá. Tenemos cierto amor al bien, aunque este amor sea,
confesémoslo, un tanto infantil. También existe la honradez,
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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