Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
se envolvió con la colcha que había sustituido a la vieja y
destrozada manta, lanzó un débil suspiro y se sumió en un
profundo y saludable sueño.
Le despertó un ruido de pasos, abrió los ojos y vio a
Rasumikhine, que acababa de abrir la puerta y se había detenido
en el umbral, vacilante. Raskolnikof se levantó inmediatamente y
se quedó mirándole con la expresión del que trata de recordar
algo. Rasumikhine exclamó:
-¡Ya veo que estás despierto...! Bueno, aquí me tienes...
Y gritó, asomándose a la escalera:
-¡Nastasia, sube el paquete!
Luego añadió, dirigiéndose a Raskolnikof:
-Te voy a presentar las cuentas.
-¿Qué hora es? -preguntó el enfermo, paseando a su alrededor
una mirada inquieta.
-Has echado un buen sueño, amigo. Deben de ser las seis de la
tarde. Has dormido más de seis horas.
-¡Seis horas durmiendo, Señor...!
-No hay ningún mal en ello. Por el contrario, el sueño es
beneficioso. ¿Acaso tenías algún negocio urgente? ¿Una cita? Para
eso siempre hay tiempo. Hace ya tres horas que estoy esperando
que té despiertes. He pasado dos veces por aquí y seguías
durmiendo. También he ido dos veces a casa de Zosimof. No
estaba... Pero no importa: ya vendrá... Además, he tenido que
hacer algunas cosillas. Hoy me he mudado de domicilio,
Ilevándome a mi tío con todo lo demás..., pues has de saber que
tengo a mi tío en casa. Bueno, ya hemos hablado bastante de
cosas inútiles. Vamos a lo que interesa. Trae el paquete,
Nastasia... ¿Y tú cómo estás, amigo mío?
-Me siento perfectamente. Ya no estoy enfermo... Oye,
Rasumikhine: ¿hace mucho tiempo que estás aquí?
-Ya té he dicho que hace tres horas que estoy esperando que té
despiertes.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 157