Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-No, me refiero a antes.
-¿Cómo a antes?
-¿Desde cuándo vienes aquí?
-Ya te lo he dicho. ¿Lo has olvidado?
Raskolnikof quedó pensativo. Los acontecimientos de la jornada
se le mostraban como a través de un sueño. Todos sus esfuerzos
de memoria resultaban infructuosos. Interrogó a Rasumikhine con
la mirada.
-Sí, lo has olvidado -dijo Rasumikhine-. Ya me había parecido a
mí que no estabas en tus cabales cuando te hablé de eso... Pero el
sueño té ha hecho bien. De veras: tienes mejor cara. Ya verás
como recobras la memoria en seguida. Entre tanto, echa una
mirada aquí, grande hombre.
Y empezó a deshacer aquel paquete que, al parecer, era para él
cosa importante.
-Te aseguro, mi fraternal amigo, que era esto lo que más me
interesaba. Pues es preciso convertirte en lo que se llama un
hombre. Empecemos por arriba. ¿Ves esta gorra? -preguntó
sacando del paquete una bastante bonita, pero ordinaria y que no
debía de haberle costado mucho-. Permíteme que te la pruebe.
-No, ahora no; después -rechazó Raskolnikof, apartando a su
amigo con un gesto de impaciencia.
-No, amigo Rodia; debes obedecer; después sería demasiado
tarde. Ten en cuenta que, como la he comprado a ojo, no podría
dormir esta noche preguntándome si te vendría bien o no.
Se la probó y lanzó un grito triunfal.
-¡Te está perfectamente! Cualquiera diría que está hecha a la
medida. El cubrecabezas, amigo mío, es lo más importante de la
vestimenta. Mi amigo Tolstakof se descubre cada vez que entra en
un lugar público donde todo el mundo permanece cubierto. La
gente atribuye este proceder a sentimientos serviles, cuando lo
único cierto es que está avergonzado de su sombrero, que es un
nido de polvo. ¡Es un hombre tan tímido...! Oye, Nastenka, mira
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 158