Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Es necesario que Pachenka nos envíe hoy mismo la frambuesa
en dulce para prepararle un jarabe -dijo Rasumikhine volviendo a
la mesa y reanudando su interrumpido almuerzo.
-¿Pero de dónde sacará las frambuesas? -preguntó Nastasia, que
mantenía un platillo sobre la palma de su mano, con todos los
dedos abiertos, y vertía el té en su boca, gota a gota haciéndolo
pasar por un terrón de azúcar que sujetaba con los labios.
-Pues las sacará, sencillamente, de la frutería, mi querida
Nastasia... No puedes figurarte, Rodia, las cosas que han pasado
aquí durante tu enfermedad. Cuando saliste corriendo de mi casa
como un ladrón, sin decirme dónde vivías, decidí buscarte hasta
dar contigo, para vengarme. En seguida empecé las
investigaciones. ¡Lo que corrí, lo que interrogué...! No me
acordaba de tu dirección actual, o tal vez, y esto es lo más
probable, nunca la supe. De tu antiguo domicilio, lo único que
recordaba era que estaba en el edificio Kharlamof, en las Cinco
Esquina