Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
hacía tiempo, y una capa de pelo recio y azulado invadía su
mentón y sus carrillos. Sus ademanes tenían una gravedad
burocrática, pero parecía profundamente agitado. Con los codos
apoyados en la grasienta mesa, introducía los dedos en su cabello,
lo despeinaba y se oprimía la cabeza con ambas manos, dando
visibles muestras de angustia. Al fin miró a Raskolnikof
directamente y dijo, en voz alta y firme:
-Señor: ¿puedo permitirme dirigirme a usted para conversar en
buena forma? A pesar de la sencillez de su aspecto, mi
experiencia me induce a ver en usted un hombre culto y no uno
de esos individuos que van de taberna en taberna. Yo he
respetado siempre la cultura unida a las cualidades del corazón.
Soy consejero titular: Marmeladof, consejero titular. ¿Puedo
preguntarle si también usted pertenece a la administración del
Estado?
-No: estoy estudiando -repuso el joven, un tanto sorprendido por
aquel lenguaje ampuloso y también al verse abordado tan
directamente, tan a quemarropa, por un desconocido. A pesar de
sus recientes deseos de compañía humana, fuera cual fuere, a la
primera palabra que Marmeladof le había dirigido había
experimentado su habitual y desagradable sentimiento de
irritación y repugnancia hacia toda persona extraña que intentaba
ponerse en relación con él.
-Es decir, que es usted estudiante, o tal vez lo ha sido -exclamó
vivamente el funcionario-. Exactamente lo que me había figurado.
He aquí el resultado de mi experiencia, señor, de mi larga
experiencia.
Se llevó la mano a la frente con un gesto de alabanza para sus
prendas intelectuales.
-Usted es hombre de estudios... Pero permítame...
Se levantó, vaciló, cogió su vaso y fue a sentarse al lado del
joven. Aunque embriagado, hablaba con soltura y vivacidad. Sólo
de vez en cuando se le trababa la lengua y decía cosas
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Comentario [L5]: Noveno grado de la
jerarquía civil rusa en aquella época.