Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
tan cubierto de aceite como un candado. Un muchacho de catorce
años estaba sentado detrás del mostrador; otro más joven aún
servía a los clientes. Trozos de cohombro, panecillos negros y
rodajas de pescado se exhibían en una vitrina que despedía un
olor infecto. El calor era insoportable. La atmósfera estaba tan
cargada de vapores de alcohol, que daba la impresión de poder
embriagar a un hombre en cinco minutos.
A veces nos ocurre que personas a las que no conocemos nos
inspiran un interés súbito cuando las vemos por primera vez,
incluso antes de cruzar una palabra con ellas. Esta impresión
produjo en Raskolnikof el cliente que permanecía aparte y que
tenía aspecto de funcionario retirado. Algún tiempo después, cada
vez que se acordaba de esta primera impresión, Raskolnikof la
atribuía a una especie de presentimiento. Él no quitaba ojo al
supuesto funcionario, y éste no sólo no cesaba de mirarle, sino
que parecía ansioso de entablar conversación con él. A las demás
personas que estaban en la taberna, sin excluir al tabernero, las
miraba con un gesto de desagrado, con una especie de altivo
desdén, como a personas que considerase de una esfera y de una
educación demasiado inferiores para que mereciesen que él les
dirigiera la palabra.
Era un hombre que había rebasado los cincuenta, robusto y de
talla media. Sus escasos y grises cabellos coronaban un rostro de
un amarillo verdoso, hinchado por el alcohol. Entre sus ab V