Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
incoherentes. Al verle arrojarse tan ávidamente sobre Raskolnikof,
cualquiera habría dicho que también él llevaba un mes sin
desplegar los labios.
-Señor -siguió diciendo en tono solemne-, la pobreza no es un
vicio: esto es una verdad incuestionable. Pero también es cierto
que la embriaguez no es una virtud, cosa que lamento. Ahora
bien, señor; la miseria sí que es un vicio. En la pobreza, uno
conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia,
nadie puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea
el bastón, sino la escoba, pues así se le humilla más, para
arrojarlo de la sociedad humana. Y esto es justo, porque el
indigente se ultraja a sí mismo. He aquí el origen de la
embriaguez, señor. El mes pasado, el señor Lebeziatnikof golpeó a
mi mujer, y mi mujer, señor, no es como yo en modo alguno.
¿Comprende? Permítame hacerle una pregunta. Simple curiosidad.
¿Ha pasado usted alguna noche en el Neva, en una barca de
heno?
-No, nunca me he visto en un trance así -repuso Raskolnikof.
-Pues bien, yo sí que me he visto. Ya llevo cinco noches
durmiendo en el Neva.
Llenó su vaso, lo vació y quedó en una actitud soñadora. En
efecto, briznas de heno se veían aquí y allá, sobre sus ropas y
hasta en sus cabellos. A juzgar por las apariencias, no se había
desnudado ni lavado desde hacía cinco días. Sus manos, gruesas,
rojas, de uñas negras, estaban cargadas de suciedad. Todos los
presentes le escuchaban, aunque con bastante indiferencia. Los
chicos se reían detrás del mostrador. El tabernero había bajado
expresamente para oír a aquel tipo. Se sentó un poco aparte,
bostezando con indolencia, pero con aire de persona importante.
Al parecer, Marmeladof era muy conocido en la casa. Ello se
debía, sin duda, a su costumbre de trabar conversación con
cualquier desconocido que encontraba en la taberna, hábito que
se convierte en verdadera necesidad, especialmente en los
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