CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 137

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Subió al quinto piso. En él habitaba Rasumikhine. Se hallaba éste escribiendo en su habitación. Él mismo fue a abrir. No se habían visto desde hacía cuatro meses. Llevaba una bata vieja, casi hecha jirones. Sus pies sólo estaban protegidos por unas pantuflas. Tenía revuelto el cabello. No se había afeitado ni lavado. Se mostró asombrado al ver a Raskolnikof. -¿De dónde sales? -exclamó mirando a su amigo de pies a cabeza. Después lanzó un silbido-. ¿Tan mal te van las cosas? Evidentemente, hermano, nos aventajas a todos en elegancia -añadió, observando los andrajos de su camarada-. Siéntate; pareces cansado. Y cuando Raskolnikof se dejó caer en el diván turco, tapizado de una tela vieja y rozada (un diván, entre paréntesis, peor que el suyo), Rasumikhine advirtió que su amigo parecía no encontrarse bien. -Tú estás enfermo, muy enfermo. ¿Te has dado cuenta? Intentó tomarle el pulso, pero Raskolnikof retiró la mano. -¡Bah! ¿Para qué? -dijo- He venido porque... me he quedado sin lecciones..., y yo quisiera... No, no me hacen falta para nada las lecciones. Rasumikhine le observaba atentamente. -¿Sabes una cosa, amigo? Estás delirando. -Nada de eso; yo no deliro -replicó Raskolnikof levantándose. Al subir a casa de Rasumikhine no había tenido en cuenta que iba a verse frente a frente con su amigo, y una entrevista, con quienquiera que fuese, le parecía en aquellos momentos lo más odioso del mundo. Apenas hubo franqueado la puerta del piso, sintió una cólera ciega contra Rasumikhine. -¡Adiós! -exclamó dirigiéndose a la puerta. -¡Espera, hombre, espera! ¿Estás loco? -¡Déjame! -dijo Raskolnikof retirando bruscamente la mano que su amigo le había cogido. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 136