Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
cuando atravesó la plaza. Pero su hilaridad cesó repentinamente
cuando llegó al bulevar donde días atrás había encontrado a la
jovencita embriagada.
Otros pensamientos acudieron a su mente. Le aterraba la idea de
pasar ante el banco donde se había sentado a reflexionar cuando
se marchó la muchacha. El mismo temor le infundía un posible
nuevo encuentro con el gendarme bigotudo al que había
entregado veinte kopeks. «¡El diablo se lo lleve!
Siguió su camino, lanzando en todas direcciones miradas
coléricas y distraídas. Todos sus pensamientos giraban en torno a
un solo punto, cuya importancia reconocía. Se daba perfecta
cuenta de que por primera vez desde hacía dos meses se
enfrentaba a solas y abiertamente con el asunto.
«¡Que se vaya todo al diablo! -se dijo de pronto, en un arrebato
de cólera-. El vino está escanciado y hay que beberlo. El demonio
se lleve a la vieja y a la nueva vida... ¡Qué estúpido es todo esto,
Señor! ¡Cuántas mentiras he dicho hoy! ¡Y cuántas bajezas he
cometido! ¡En qué miserables vulgaridades he incurrido para
atraerme la benevolencia del detestable Ilia Petrovitch! Pero,
¡bah!, qué importa. Me río de toda esa gente y de las torpezas
que yo haya podido cometer. No es esto lo que debo pensar
ahora...»
De súbito se detuvo; acababa de planteársele un nuevo
problema, tan inesperado como sencillo, que le dejó atónito. «Si,
como crees, has procedido en todo este asunto como un hombre
inteligente y no como un imbécil, si perseguías una finalidad
claramente determinada, ¿cómo se explica que no hayas dirigido
ni siquiera una ojeada al interior de la bolsita, que no te hayas
preocupado de averiguar lo que ha producido ese acto por el que
has tenido que afrontar toda suerte de peligros y horrores? Hace
un momento estabas dispuesto a arrojar al agua esa bolsa, esas
joyas que ni siquiera has mirado... ¿Qué explicación puedes dar a
esto?»
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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