CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 131

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Raskolnikof había dado estas respuestas con voz dura y entrecortada. Estaba pálido como un lienzo. Sus grandes ojos, negros y ardientes, no se abatían ante la mirada de Ilia Petrovitch. -Apenas puede tenerse en pie, y tú todavía... -empezó a decir el comisario. -No se preocupe -repuso Ilia Petrovitch con acento enigmático. Nikodim Fomitch iba a decir algo más, pero su mirada se encontró casualmente con la del secretario, que estaba fija en él, y esto fue suficiente para que se callara. Se hizo un silencio general, repentino y extraño. -Ya no le necesitamos -dijo al fin Ilia Petrovitch-. Puede usted marcharse. Raskolnikof se fue. Apenas hubo salido, la conversación se reanudó entre los policías con gran vivacidad. La voz del comisario se oía más que las de sus compañeros. Parecía hacer preguntas. Ya en la calle, Raskolnikof recobró por completo la calma. «Sin duda, van a hacer un registro, y en seguida -se decía mientras se encaminaba a su alojamiento-. ¡Los muy canallas! Sospechan de mí.» Y el terror que le dominaba poco antes volvió a apoderarse de él enteramente. II Y si el registro se ha efectuado ya? También podría ser que me encontrase con la policía en casa.» Pero en su habitación todo estaba en orden y no había nadie. Nastasia no había tocado nada. «Señor, ¿cómo habré podido dejar las joyas ahí?» Corrió al rincón, introdujo la mano detrás del papel, retiró todos los objetos y fue echándolos en sus bolsillos. En total eran ocho piezas: dos cajitas que contenían pendientes o algo parecido (no se detuvo a mirarlo); cuatro pequeños estuches de tafilete; una StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 130