Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-¿Cómo quiere usted que lo vieran? -dijo el secretario, que desde
su puesto estaba atento a la conversación-. Esa casa es un arca
de Noé.
-La cosa no puede estar más clara -dijo el comisario, en un tono
de convicción.
-Por el contrario, está oscurísima -replicó Ilia Petrovitch.
Raskolnikof cogió su sombrero y se dirigió a la puerta. Pero no
llegó a ella...
Cuando volvió en sí, se vio sentado en una silla. Alguien le
sostenía por el lado derecho. A su izquierda, otro hombre le
presentaba un vaso amarillento lleno de un líquido del mismo
color. El comisario, Nikodim Fomitch, de pie ante él, le miraba
fijamente. Raskolnikof se levantó.
-¿Qué le ha pasado? ¿Está enfermo? -le preguntó el comisario
secamente.
-Apenas podía sostener la pluma hace un momento, cuando
escribía su declaración -observó el secretario, volviendo a
sentarse y empezando de nuevo a hojear papeles.
-¿Hace mucho tiempo que está usted enfermo? -gritó Ilia
Petrovitch desde su mesa, donde también estaba hojeando
papeles. Se había acercado como todos los demás, a Raskolnikof y
le había examinado durante su desvanecimiento. Cuando vio que
volvía en sí, se apresuró a regresar a su puesto.
-Desde anteayer -balbuceó Raskolnikof.
-¿Sali