Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
tengo lecciones ni dinero para comer, me exige que le pague... Es
inexplicable.
-Esos detalles patéticos no nos interesan, señor -dijo Ilia
Petrovitch con ruda franqueza-. Usted ha de limitarse a prestar la
declaración y a firmar el compromiso escrito que se le exige. La
historia de sus amores y todas esas tragedias y lugares comunes
no nos conciernen en absoluto.
-No hay que ser tan duro -murmuró el comisario, yendo a
sentarse en su mesa y empezando a firmar papeles. Parecía un
poco avergonzado.
-Escriba usted -dijo el secretario a Raskolnikof.
-¿Qué he de escribir? -preguntó ásperamente el denunciado.
-Lo que yo le dicte.
Raskolnikof creyó advertir que el joven secretario se mostraba
más desdeñoso con él después de su confesión; pero, cosa
extraña, a él ya no le importaban lo más mínimo los juicios ajenos
sobre su persona. Este cambio de actitud se había producido en
Raskolnikof súbitamente, en un abrir y cerrar de ojos. Si hubiese
reflexionado, aunque sólo hubiera sido un minuto, se habría
asombrado, sin duda, de haber podido hablar como lo había hecho
con aquellos funcionarios, a los que incluso obligó a escuchar sus
confidencias. ¿A qué se debería su nuevo y repentino estado de
ánimo? Si en aquel momento apareciese la habitación llena no de
empleados de la policía, sino de sus amigos más íntimos, no
habría sabido qué decirles, no habría encontrado una sola palabra
sincera y amistosa en