CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 127

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski tengo lecciones ni dinero para comer, me exige que le pague... Es inexplicable. -Esos detalles patéticos no nos interesan, señor -dijo Ilia Petrovitch con ruda franqueza-. Usted ha de limitarse a prestar la declaración y a firmar el compromiso escrito que se le exige. La historia de sus amores y todas esas tragedias y lugares comunes no nos conciernen en absoluto. -No hay que ser tan duro -murmuró el comisario, yendo a sentarse en su mesa y empezando a firmar papeles. Parecía un poco avergonzado. -Escriba usted -dijo el secretario a Raskolnikof. -¿Qué he de escribir? -preguntó ásperamente el denunciado. -Lo que yo le dicte. Raskolnikof creyó advertir que el joven secretario se mostraba más desdeñoso con él después de su confesión; pero, cosa extraña, a él ya no le importaban lo más mínimo los juicios ajenos sobre su persona. Este cambio de actitud se había producido en Raskolnikof súbitamente, en un abrir y cerrar de ojos. Si hubiese reflexionado, aunque sólo hubiera sido un minuto, se habría asombrado, sin duda, de haber podido hablar como lo había hecho con aquellos funcionarios, a los que incluso obligó a escuchar sus confidencias. ¿A qué se debería su nuevo y repentino estado de ánimo? Si en aquel momento apareciese la habitación llena no de empleados de la policía, sino de sus amigos más íntimos, no habría sabido qué decirles, no habría encontrado una sola palabra sincera y amistosa en