Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
comprendo. Me exige que le pague en seguida. ¿Acaso puedo
hacerlo? Juzguen ustedes mismos.
-Todo eso no nos incumbe -volvió a decir el secretario.
-Permítame, permítame. Estoy completamente de acuerdo con
usted, pero permítame que les dé ciertas explicaciones.
Raskolnikof seguía dirigiéndose al comisario y no al secretario.
También procuraba atraerse la atención de Ilia Petrovitch, que,
afectando una actitud desdeñosa, pretendía demostrarle que no le
escuchaba, sino que estaba absorto en el examen de sus papeles.
-Permítame explicarle que hace tres años, desde que llegué de
mi provincia, soy huésped de esa señora, y que al principio..., no
tengo por qué ocultarlo..., al principio le prometí casarme con su
hija. Fue una promesa simplemente verbal. Yo no estaba
enamorado, pero la muchacha no me disgustaba... Yo era
entonces demasiado joven... Mi patrona me abrió un amplio
crédito, y empecé a llevar una vida... No tenía la cabeza bien
sentada.
-Nadie le ha dicho que refiera esos detalles íntimos, señor -le
interrumpió secamente Ilia Petrovitch, con una satisfacción mal
disimulada-. Además, no tenemos tiempo para escucharlos.
Para Raskolnikof fue muy difícil seguir hablando, pero lo hizo
fogosamente.
-Permítame, permítame explicar, sólo a grandes rasgos, cómo ha
ocurrido todo esto, aunque esté de acuerdo con usted en que mis
palabras son inútiles... Hace un año murió del tifus la muchacha y
yo seguí hospedándome en casa de la señora Zarnitzine.- Y
cuando mi patrona se trasladó a la casa donde ahora habita, me
dijo amistosamente que tenía entera confianza en mí; pero que
desearía que le firmase un pagaré de ciento quince rublos,
cantidad que, según mis cálculos, le debía... Permítame... Ella me
aseguró que, una vez en posesión del documento, seguiría
concediéndome un crédito ilimitado y que jamás, jamás..., repito
sus palabras..., pondría el pagaré en circulación. Y ahora que no
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