Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-No es para menos -replicó en tono indiferente Ilia Petrovitch
llevándose sus papeles a otra mesa, con su característico balanceo
de hombros-. Juzgue usted mismo. Ese señor escritor, mejor
dicho, estudiante, es decir, antiguo estudiante, no paga sus
deudas, firma pagarés y se niega a dejar la habitación que tiene
alquilada. Por todo ello se le denuncia, y he aquí que este señor se
molesta porque enciendo un cigarrillo en su presencia. ¡Él, que
sólo comete villanías! Ahí lo tiene usted. Mírelo; mire qué aspecto
tan respetable tiene.
-La pobreza no es un vicio, mi buen amigo -respondió el
comisario-. Todos sabemos que eres inflamable como la pólvora.
Algo en su modo de ser te habrá ofendido y no has podido
contenerte. Y usted tampoco -añadió dirigiéndose amablemente a
Raskolnikof-. Pero usted no le conoce. Es un hombre excelente,
créame, aunque explosivo como la pólvora. Sí, una verdadera
pólvora: se enciende, se inflama, arde y todo pasa: entonces sólo
queda un corazón de oro. En el regimiento le llamaban el
«teniente Pólvora».
-¡Ah, qué regimiento aquél! -exclamó Ilia Petrovitch, conmovido
por los halagos de su jefe aunque seguía enojado.
Raskolnikof experimentó de súbito el deseo de decir a todos algo
desagradable.
-Escúcheme, capitán -dijo con la mayor desenvoltura,
dirigiéndose al comisario-. Póngase en mi lugar. Estoy dispuesto a
presentarle mis excusas si en algo le he ofendido, pero hágase
cargo: soy un estudiante enfermo y pobre, abrumado por la
miseria -así lo dijo: «abrumado»-. Tuve que dejar la universidad,
porque no podía atender a mis necesidades. Pero he de recibir
dinero: me lo enviarán mi madre y mi hermana, que residen en el
distrito de ... Entonces pagaré. Mi patrona es una buena mujer,
pero está tan indignada al ver que he perdido los alumnos que
tenía y que no le pago desde hace cuatro meses, que ni siquiera
me da mi ración de comida. En cuanto a su reclamación, no la
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