CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 124

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski -Sí, señor, y un cliente sin escrúpulos que se permite, aun sabiendo que está en una casa digna... -Bueno, bueno; siéntate. Ya te he dicho mil veces... -Ilia Petrovitch... -repitió el secretario, con acento significativo. El ayudante del comisario le dirigió una rápida mirada y vio que sacudía ligeramente la cabeza. -En fin, mi respetable Luisa Ivanovna -continuó el oficial-, he aquí mi última palabra en lo que a ti concierne. Como se produzca un nuevo escándalo en lu digna casa, te haré enchiquerar, como soléis decir los de tu noble clase. ¿Has entendido...? ¿De modo que el escritor, el literato, aceptó cinco rublos por su faldón en tu digna casa? ¡Bien por los escritores! -dirigió a Raskolnikof una mirada despectiva-. Hace dos días, un señor literato comió en una taberna y pretendió no pagar. Dijo al tabernero que le compensaría hablando de él en su próxima sátira. Y también hace poco, en un barco de recreo, otro escritor insultó groseramente a la respetable familia, madre a hija, de un consejero de Estado. Y a otro lo echaron a puntapiés de una pastelería. Así son todos esos escritores, esos estudiantes, esos charlatanes... En fin, Luisa Ivanovna, ya puedes marcharte. Pero ten cuidado, porque no te perderé de vista. ¿Entiendes? Luisa Ivanovna empezó a saludar a derecha e izquierda calurosamente, y así, haciendo reverencias, retrocedió hasta la puerta. Allí tropezó con un gallardo oficial, de cara franca y simpática, encuadrada por dos soberbias patillas, espesas y rubias. Era el comisario en persona: Nikodim Fomitch. Al verle, Luisa Ivanovna se apresuró a inclinarse por última vez hasta casi tocar el suelo y salió del despacho con paso corto y saltarín. -Eres el rayo, el trueno, el relámpago, la tromba, el huracán -dijo el comisario dirigiéndose amistosamente a su ayudante-. Te han puesto nervioso