Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Sí, señor, y un cliente sin escrúpulos que se permite, aun
sabiendo que está en una casa digna...
-Bueno, bueno; siéntate. Ya te he dicho mil veces...
-Ilia Petrovitch... -repitió el secretario, con acento significativo.
El ayudante del comisario le dirigió una rápida mirada y vio que
sacudía ligeramente la cabeza.
-En fin, mi respetable Luisa Ivanovna -continuó el oficial-, he
aquí mi última palabra en lo que a ti concierne. Como se produzca
un nuevo escándalo en lu digna casa, te haré enchiquerar, como
soléis decir los de tu noble clase. ¿Has entendido...? ¿De modo
que el escritor, el literato, aceptó cinco rublos por su faldón en tu
digna casa? ¡Bien por los escritores! -dirigió a Raskolnikof una
mirada despectiva-. Hace dos días, un señor literato comió en una
taberna y pretendió no pagar. Dijo al tabernero que le
compensaría hablando de él en su próxima sátira. Y también hace
poco, en un barco de recreo, otro escritor insultó groseramente a
la respetable familia, madre a hija, de un consejero de Estado. Y a
otro lo echaron a puntapiés de una pastelería. Así son todos esos
escritores, esos estudiantes, esos charlatanes... En fin, Luisa
Ivanovna, ya puedes marcharte. Pero ten cuidado, porque no te
perderé de vista. ¿Entiendes?
Luisa Ivanovna empezó a saludar a derecha e izquierda
calurosamente, y así, haciendo reverencias, retrocedió hasta la
puerta. Allí tropezó con un gallardo oficial, de cara franca y
simpática, encuadrada por dos soberbias patillas, espesas y
rubias. Era el comisario en persona: Nikodim Fomitch. Al verle,
Luisa Ivanovna se apresuró a inclinarse por última vez hasta casi
tocar el suelo y salió del despacho con paso corto y saltarín.
-Eres el rayo, el trueno, el relámpago, la tromba, el huracán -dijo
el comisario dirigiéndose amistosamente a su ayudante-. Te han
puesto nervioso