CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 118

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski «Por este hombre no me enteraré de nada. Todo le es indiferente», pensó Raskolnikof. -Vaya usted al secretario -dijo el escribiente, señalando con el dedo la habitación del fondo. Raskolnikof se dirigió a ella. Esta pieza, la cuarta, era sumamente reducida y estaba llena de gente. Las personas que había en ella iban un poco mejor vestidas que las que el joven acababa de ver. Entre ellas había dos mujeres. Una iba de luto y vestía pobremente. Estaba sentada ante el secretario y escribía lo que él le dictaba. La otra era de formas opulentas y cara colorada. Vestía ricamente y llevaba en el pecho un broche de gran tamaño. Estaba aparte y parecía esperar algo. Raskolnikof presentó el papel al secretario. Éste le dirigió una ojeada y dijo: -¡Espere! Después siguió dictando a la dama enlutada. El joven respiró. «No me han llamado por lo que yo creía», se dijo. Y fue recobrándose poco a poco. Luego pensó: «La menor torpeza, la menor imprudencia puede perderme... Es lástima que no circule más aire aquí. Uno se ahoga. La cabeza me da más vueltas que nunca y soy incapaz de discurrir.» Sentía un profundo malestar y temía no poder vencerlo. Trataba de fijar su pensamiento en cuestiones indiferentes, pero no lo conseguía. Sin embargo, el secretario le interesaba vivamente. Se dedicó a estudiar su fisonomía. Era un joven de unos veintidós años, pero su rostro, cetrino y lleno de movilidad, le hacía parecer menos joven. Iba vestido a la última moda. Una raya que era una obra de arte dividía en dos sus cabellos, brillantes de cosmético. Sus dedos, blancos y perfectamente cuidados, estaban cargados de sortijas. En su chaleco pendían varias cadenas de oro. Con gran desenvoltura, cambió unas palabras en francés con un extranjero que se hallaba cerca de él. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 117