CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 117

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Al cruzar la puerta vio a la derecha una escalera, por la que bajaba un mujik con un cuaderno en la mano. «Debe de ser un ordenanza. Por lo tanto, esa escalera conduce a la comisaría.» - Y, aunque no estaba seguro de ello, empezó a subir. No quería preguntar a nadie. «Entraré, me pondré de rodillas y lo confesaré todo», pensaba mientras se iba acercando al cuarto piso. La escalera, pina y dura, rezumaba suciedad. Las cocinas de los cuatro pisos daban a ella y sus puertas estaban todo el día abiertas de par en par. El calor era asfixiante. Se veían subir y bajar ordenanzas con sus carpetas debajo del brazo, agentes y toda suerte de individuos de ambos sexos que tenían algún asunto en la comisaría. La puerta de las oficinas estaba abierta. Raskolnikof entró y se detuvo en la antesala, donde había varios mujiks. El calor era allí tan insoportable como en la escalera. Además, el local estaba recién pintado y se desprendía de él un olor que daba náuseas. Después de haber esperado un momento, el joven pasó a la pieza contigua. Todas las habitaciones eran reducidas y bajas de techo. La impaciencia le impedía seguir esperando y le impulsaba a avanzar. Nadie le prestaba la menor atención. En la segunda dependencia trabajaban varios escribientes que no iban mucho mejor vestidos que él. Todos tenían un aspecto extraño. Raskolnikof se dirigió a uno de ellos. -¿Qué quieres? El joven le mostró la citación. -¿Es usted estudiante? -preguntó otro, tras haber echado una ojeada al papel. -Sí, estudiaba. El escribiente lo observó sin ningún interés. Era un hombre de cabellos enmarañados y mirada vaga. Parecía dominado por una idea fija. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 116