CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 116

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski Las piernas le temblaban. -¿De miedo? -barbotó. Todo le daba vueltas; le dolía la cabeza a consecuencia de la fiebre. «¡Esto es una celada! Quieren atraerme, cogerme desprevenido -pensó mientras se dirigía a la escalera-. Lo peor es que estoy aturdido, que puedo decir lo que no debo.» Ya en la escalera, recordó que las joyas robadas estaban aún donde las había puesto, detrás del papel despegado y roto de la pared de la habitación. «Tal vez hagan un registro aprovechando mi ausencia.» Se detuvo un momento, pero era tal la desesperación que le dominaba, era su desesperación. Tan cínica, tan profunda, que hizo un gesto de impotencia y continuó su camino. «¡Con tal que todo termine rápidamente...!» El calor era tan insoportable como en los días anteriores. Hacía tiempo que no había caído ni una gota de agua. Siempre aquel polvo aquellos montones de cal y de ladrillos que obstruían las calles. Y el hedor de las tiendas llenas de suciedad, y de las tabernas, y aquel hervidero de borrachos, buhoneros, coches de alquiler... El fuerte sol le cegó y le produjo vértigos. Los ojos le dolían hasta el extremo de que no podía abrirlos. (Así les ocurre en los días de sol a todos los que tienen fiebre.) Al llegar a la esquina de la calle que había tomado el día anterior dirigió una mirada furtiva y angustiosa a la casa... y volvió enseguida los ojos. «Si me interrogan, tal vez confiese», pensaba mientras se iba acercando a la comisaría. La comisaría se había trasladado al cuarto piso de una casa nueva situada a unos trescientos metros de su alojamiento. Raskolnikof había ido una vez al antiguo local de la policía, pero de esto hacía mucho tiempo. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 115