CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 115

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski -¡Pero si no podrás ni bajar la escalera! -He dicho que voy. -Allá tú. Salió detrás del portero. Inmediatamente, Raskolnikof se acercó a la ventana y examinó a la luz del día los calcetines y los flecos. «Las manchas están, pero apenas se ven: el barro y el roce de la bota las ha esfumado. El que no lo sepa, no las verá. Por lo tanto y afortunadamente, Nastasia no las ha podido ver: estaba demasiado lejos.» Entonces abrió el pliego con mano temblorosa. Hubo de leerlo y releerlo varias veces para comprender lo que decía. Era una citación redactada en la forma corriente, en la que se le indicaba que debía presentarse aquel mismo día, a las nueve y media, en la comisaría del distrito. «¡Qué cosa más rara! -se dijo mientras se apoderaba de él una dolorosa ansiedad-. No tengo nada que ver con la policía, y me cita precisamente hoy. ¡Señor, que termine esto cuanto antes!» Iba a arrodillarse para rezar, pero, en vez de hacerlo, se echó a reír. No se reía de los rezos, sino de sí mismo. Empezó a vestirse rápidamente. «Si he de morir, ¿qué le vamos a hacer?» Y se dijo inmediatamente: «He de ponerme los calcetines. El polvo de las calles cubrirá las manchas.» Apenas se hubo puesto el calcetín ensangrentado, se lo quitó con un gesto de horror e inquietud. Pero en seguida recordó que no tenía otros, y se lo volvió a poner, echándose de nuevo a reír. «¡Bah! esto no son más que prejuicios. Todo es relativo en este mundo: los hábitos, las apariencias..., todo, en fin.» Sin embargo, temblaba de pies a cabeza. «Ya está; ya lo tengo puesto y bien puesto.» Pronto pasó de la hilaridad a la desesperación. «¡Esto es superior a mis fuerzas!» StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 114