CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 109

Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski tal punto la facultad de razonar, que se fue hacia la garita y abrió la puerta. Si en aquel momento hubiese aparecido el portero y le hubiera preguntado: «¿Qué desea?», él, seguramente, le habría devuelto el hacha con el gesto más natural. Pero la garita estaba vacía como la vez anterior, y Raskolnikof pudo dejar el hacha debajo del banco, entre los leños, exactamente como la encontró. Inmediatamente subió a su habitación, sin encontrar a nadie en la escalera. La puerta del departamento de la patrona estaba cerrada. Ya en su aposento, se echó vestido en el diván y quedó sumido en una especie de inconsciencia que no era la del sueño. Si alguien hubiese entrado entonces en el aposento, Raskolnikof, sin duda, se habría sobresaltado y habría proferido un grito. Su cabeza era un hervidero de retazos de ideas, pero él no podía captar ninguno, por mucho que se empeñaba en ello. SEGUNDA PARTE I Raskolnikof permaneció largo tiempo acostado. A veces, salía a medias de su letargo y se percataba de que la noche estaba muy avanzada, pero no pensaba en levantarse. Cuando el día apuntó, él seguía tendido de bruces en el diván, sin haber logrado sacudir aquel sopor que se había adueñado de todo su ser. De la calle llegaron a su oído gritos estridentes y aullidos ensordecedores. Estaba acostumbrado a oírlos bajo su ventana todas las noches a eso de las dos. Esta vez el escándalo lo despertó. «Ya salen los borrachos de las tabernas -se dijo- Deben de ser más de las dos.» Y dio tal salto, que parecía que le habían arrancado del diván. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 108