Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-¡Oiga! -exclamó de pronto el joven-. ¡Fíjese bien! La puerta
cede un poco cuando se tira.
-Bueno, ¿y qué?
-Esto demuestra que no está cerrada con llave, sino con cerrojo.
¿Lo oye resonar cuando se mueve la puerta?
-¿Y qué?
-Pero ¿no comprende? Esto prueba que una de ellas está en la
casa. Si hubieran salido las dos, habrían cerrado con llave por
fuera; de ningún modo habrían podido echar el cerrojo por
dentro... ¿Lo oye, lo oye? Hay que estar en casa para poder echar
el cerrojo, ¿no comprende? En fin, que están y no quieren abrir.
-¡Sí! ¡Claro! ¡No cabe duda! -exclamó Koch, asombrado-. Pero
¿qué demonio estarán haciendo?
Y empezó a sacudir la puerta furiosamente.
-¡Déjelo! Es inútil -dijo el joven-. Hay algo raro en todo esto. Ha
llamado usted muchas veces, ha sacudido violentamente la
puerta, y no abren. Esto puede significar que las dos están
desvanecidas o...
-¿O qué?
-Lo mejor es que vayamos a avisar al portero para que vea lo
que ocurre.
-Buena idea.
Los dos se dispusieron a bajar.
-No -dijo el joven-; usted quédese aquí. Iré yo a buscar al
portero.
-¿Por qué he de quedarme?
-Nunca se sabe lo que puede ocurrir.
-Bien, me quedaré.
-Óigame: estoy estudiando para juez de instrucción. Aquí hay
algo que no está claro; esto es evidente..., ¡evidente!
Después de decir esto en un tono lleno de vehemencia, el joven
empezó a bajar la escalera a grandes zancadas.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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