Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
En este momento se oyeron, ya muy cerca, unos pasos suaves y
rápidos. Evidentemente, otra persona se dirigía al piso cuarto.
Raskolnikof no oyó al nuevo visitante hasta que estaban llegando
al descansillo.
-No es posible que no haya nadie -dijo el recién llegado con voz
sonora y alegre, dirigiéndose al primer visitante, que seguía
haciendo sonar la campanilla-. Buenas tardes, Koch.
«Un hombre joven, a juzgar por su voz», se dijo Raskolnikof
inmediatamente.
-No sé qué demonios ocurre -repuso Koch-. Hace un momento
casi echo abajo la puerta... ¿Y usted de qué me conoce?
-¡Qué mala memoria! Anteayer le gané tres partidas do billar,
una tras otra, en el Gambrinus.
-¡Ah, sí!
-¿Y dice usted que no están? ¡Qué raro! Hasta me pared
imposible. ¿Adónde puede haber ido esa vieja? Tengo que hablar
con ella.
-Yo también tengo que hablarle, amigo mío.
-¡Qué le vamos a hacer! -exclamó el joven-. Nos tendremos que
ir por donde hemos venido. ¡Y yo que creía que saldría de aquí
con dinero!
-¡Claro que nos tendremos que marchar! Pero ¿por qué me citó?
Ella misma me dijo que viniera a esta hora. ¡Con la caminata que
me he dado para venir de mi casa aquí! ¿Dónde diablo estará? No
lo comprendo. Esta bruja decrépita no se mueve nunca de casa,
porque apenas puede andar. ¡Y, de pronto, se le ocurre marcharse
a dar un paseo!
-¿Y si preguntáramos al portero?
-¿Para qué?
-Para saber si está en casa o cuándo volverá.
-¡Preguntar, preguntar...! ¡Pero si no sale nunca!
Volvió a sacudir la puerta.
-¡Es inútil! ¡No hay más solución que marcharse!
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 103