Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
El instinto lo guiaba. Una vez bien cerrada la puerta, se quedó
junto a ella, encogido, conteniendo la respiración.
El desconocido estaba ya en el rellano. Se encontraba frente a
Raskolnikof, en el mismo sitio desde donde el joven había tratado
de percibir los ruidos del interior hacía un rato, cuando sólo la
puerta lo separaba de la vieja.
El visitante respiró varias veces profundamente.
«Debe de ser un hombre alto y grueso», pensó Raskolnikof
llevando la mano al mango del hacha. Verdaderamente, todo
aquello parecía un mal sueño. El desconocido tiró violentamente
del cordón de la campanilla.
Cuando vibró el sonido metálico, al visitante le pareció oír que
algo se movía dentro del piso, y durante unos segundos escuchó
atentamente. Volvió a llamar, volvió a escuchar y, de pronto, sin
poder contener su impaciencia, empezó a sacudir la puerta,
asiendo firmemente el tirador.
Raskolnikof miraba aterrado el cerrojo, que se agitaba dentro de
la hembrilla, dando la impresión de que iba a saltar de un
momento a otro. Un siniestro horror se apoderó de él.
Tan violentas eran las sacudidas, que se comprendían los
temores de Raskolnikof. Momentáneamente concibió la idea de
sujetar el cerrojo, y con él la puerta, pero desistió al comprende