Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Descorrió el cerrojo, abrió la puerta y aguzó el oído. Así estuvo
un buen rato. Se oían gritos lejanos. Sin duda llegaban del portal.
Dos fuertes voces cambiaban injurias.
«¿Qué hará ahí esa gente?»
Esperó. Al fin las voces dejaron de oírse, cesaron de pronto. Los
que disputaban debían de haberse marchado.
Ya se disponía a salir, cuando la puerta del piso inferior se abrió
estrepitosamente, y alguien empezó a bajar la escalera
canturreando.
«Pero ¿por qué harán tanto ruido?», pensó.
Cerró de nuevo la puerta, y de nuevo esperó. Al fin todo quedó
sumido en un profundo silencio. No se oía ni el rumor más leve.
Pero ya iba a bajar, cuando percibió ruido de pasos. El ruido venía
de lejos, del principio de la escalera seguramente. Andando el
tiempo, Raskolnikof recordó perfectamente que, apenas oyó estos
pasos, tuvo el presentimiento de que terminarían en el cuarto
piso, de que aquel hombre se dirigía a casa de la vieja. ¿De dónde
nació este presentimiento? ¿Acaso el ruido de aquellos pasos tenía
alguna particularidad significativa? Eran lentos, pesados,
regulares...
Los pasos llegaron al primer piso. Siguieron subiendo. Eran cada
vez más perceptibles. Llegó un momento en que incluso se oyó un
jadeo asmático... Ya estaba en el tercer piso... «¡Viene aquí, viene
aquí...!» Raskolnikof quedó petrificado.. Le parecía estar viviendo
una de esas pesadillas en que nos vemos perseguidos por
enemigos implacables que están a punto de alcanzarnos y
asesinarnos, mientras nosotros nos sentimos como clavados en el
suelo, sin poder hacer movimiento alguno para defendernos.
Las pisadas se oían ya en el tramo que terminaba en el cuarto
piso. De pronto, Raskolnikof salió de aquel pasmo que le tenía
inmóvil, volvió al interior del departamento con paso rápido y
seguro, cerró la puerta y echó el cerrojo, todo procurando no
hacer ruido.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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