Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Cuando se quedó solo, Koch llamó una vez más, discretamente,
y luego, pensativo, empezó a sacudir la puerta para convencerse
de que el cerrojo estaba echado. Seguidamente se inclinó,
jadeante, y aplicó el ojo a la cerradura. Pero no pudo ver nada,
porque la llave estaba puesta por dentro.
En pie ante la puerta, Raskolnikof asía fuertemente el mango del
hacha. Era presa de una especie de delirio. Estaba dispuesto a
luchar con aquellos hombres si conseguían entrar en el
departamento. Al oír sus golpes y sus comentarios, más de una
vez había estado a punto de poner término a la situación
hablándoles a través de la puerta. A veces le dominaba la
tentación de insultarlos, de burlarse de ellos, e incluso deseaba
que entrasen en el piso. «¡Que acaben de una vez! p, pensaba.
-Pero ¿dónde se habrá metido ese hombre? -murmuró el de
fuera.
Habían pasado ya varios minutos y nadie subía. Koch empezaba
a perder la calma.
-Pero ¿dónde se habrá metido ese hombre? -gruñó.
Al fin, agotada su paciencia, se fue escaleras abajo con su paso
lento, pesado, ruidoso.
«¿Qué hacer, Dios mío
Raskolnikof descorrió el cerrojo y entreabrió la puerta. No se
percibía el menor ruido. Sin más vacilaciones, salió, cerró la
puerta lo mejor que pudo y empezó a bajar. Inmediatamente
-sólo había bajado tres escalones- oyó gran alboroto más abajo.
¿Qué hacer? No había ningún sitio donde esconderse... Volvió a
subir a toda prisa.
-¡Eh, tú! ¡Espera!
El que profería estos gritos acababa de salir de uno de los pisos
inferiores y corría escaleras abajo, no ya al galope, sino en
tromba.
-¡Mitri, Mitri, Miiitri! -vociferaba hasta desgañitarse-. ¿Te has
vuelto loco? ¡Así vayas a parar al infierno!
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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