Raskolnikof quedó pensativo. Los acontecimientos de la jornada se le
mostraban como a través de un sueño. Todos sus esfuerzos de memoria
resultaban infructuosos. Interrogó a Rasumikhine con la mirada.
Sí, lo has olvidado dijo Rasumikhine . Ya me había parecido a mí que no
estabas en tus cabales cuando te hablé de eso... Pero el sueño té ha hecho
bien. De veras: tienes mejor cara. Ya verás como recobras la memoria en
seguida. Entre tanto, echa una mirada aquí, grande hombre.
Y empezó a deshacer aquel paquete que, al parecer, era para él cosa
importante.
Te aseguro, mi fraternal amigo, que era esto lo que más me interesaba. Pues
es preciso convertirte en lo que se llama un hombre. Empecemos por arriba.
¿Ves esta gorra? preguntó sacando del paquete una bastante bonita, pero
ordinaria y que no debía de haberle costado mucho . Permíteme que te la
pruebe.
No, ahora no; después rechazó Raskolnikof, apartando a su amigo con un
gesto de impaciencia.
No, amigo Rodia; debes obedecer; después sería demasiado tarde. Ten en
cuenta que, como la he comprado a ojo, no podría dormir esta noche
preguntándome si te vendría bien o no.
Se la probó y lanzó un grito triunfal.
¡Te está perfectamente! Cualquiera diría que está hecha a la medida. El
cubrecabezas, amigo mío, es lo más importante de la vestimenta. Mi amigo
Tolstakof se descubre cada vez que entra en un lugar público donde todo el
mundo permanece cubierto. La gente atribuye este proceder a sentimientos
serviles, cuando lo único cierto es que está avergonzado de su sombrero, que
es un nido de polvo. ¡Es un hombre tan tímido...! Oye, Nastenka, mira estos
dos cubrecabezas y dime cuál prefieres, si este palmón cogió de un rincón el
deformado sombrero de su amigo, al que llamaba palmón por una causa que
sólo él conocía o esta joya... ¿Sabes lo que me ha costado, Rodia? A ver si lo
aciertas... ¿A ti qué te parece, Nastasiuchka? preguntó a la sirvienta, en vista
de que su amigo no contestaba.
Pues no creo que te haya costado menos de veinte kopeks.
¿Veinte kopeks, calamidad? exclamó Rasumikhine, indignado . Hoy por veinte
kopeks ni siquiera a ti se lo podría comprar... ¡Ochenta kopeks...! Pero la he
comprado con una condición: la de que el año que viene, cuando ya esté vieja,
te darán otra gratis. Palabra de honor que éste ha sido el trato... Bueno,
pasemos ahora a los Estados Unidos, como Ilamábamos a esta prenda en el
colegio. He de advertirte que estoy profundamente orgulloso del pantalón.
Y extendió ante Raskolnikof unos pantalones grises de una frágil tela estival.
Ni una mancha, ni un boquete; aunque usados, están nuevos. El chaleco hace
juego con el pantalón, como exige la moda. Bien m irado, debemos felicitamos
de que estas prendas no sean nuevas, pues así son más suaves, más
flexibles... Ahora otra cosa, amigo Rodia. A mi juicio, para abrirse paso en el
mundo hay que observar las exigencias de las estaciones. Si uno no pide
espárragos en invierno, ahorra unos cuantos rublos. Y lo mismo pasa con la
ropa. Estamos en pleno verano: por eso he comprado prendas estivales.
Cuando llegue el otoño necesitarás ropa de más abrigo. Por lo tanto, habrás de
dejar ésta, que, por otra parte, estará hecha jirones... Bueno, adivina lo que
han costado estas prendas. ¿Cuánto te parece? ¡Dos rublos y veinticinco
kopeks! Además, no lo olvides, en las mismas condiciones que la gorra: el año
89