asombro. Cuando llegó a la primera esquina, Raskolnikof volvió
repentinamente sobre sus pasos y subió de nuevo al alojamiento de su amigo.
Ya en la habitación, dejó el pliego y los tres rublos en la mesa y volvió a
marcharse, sin desplegar los labios.
Rasumikhine perdió al fin la paciencia.
¡Decididamente, te has vuelto loco! vociferó . ¿Qué significa esta comedia?
¿Quieres volverme la cabeza del revés? ¿Para qué demonio has venido?
No necesito traducciones murmuró Raskolnikof sin dejar de bajar la escalera.
Entonces, ¿qué es lo que necesitas? le gritó Rasumikhine desde el rellano.
Raskolnikof siguió bajando en silencio.
Oye, ¿dónde vives?
No obtuvo respuesta.
¡Vete al mismísimo infierno!
Pero Raskolnikof estaba ya en la calle. Iba por el puente de Nicolás, cuando
una aventura desagradable le hizo volver en sí momentáneamente. Un cochero
cuyos caballos estuvieron a punto de arrollarlo le dio un fuerte latigazo en la
espalda después de haberle dicho a gritos tres o cuatro veces que se apartase.
Este latigazo despertó en él una ira ciega. Saltó hacia el pretil (sólo Dios sabe
por qué hasta entonces había ido por medio de la calzada) rechinando los
dientes. Todos los que estaban cerca se echaron a reír.
¡Bien hecho!
¡Estos granujas!
Conozco a estos bribones. Se hacen el borracho, se meten bajo las ruedas y
uno tiene que pagar daños y perjuicios.
Algunos viven de eso.
Aún estaba apoyado en el pretil, frotándose la espalda, ardiendo de ira,
siguiendo con la mirada el coche que se alejaba, cuando notó que alguien le
ponía una moneda en la mano. Volvió la cabeza y vio a una vieja cubierta con
un gorro y calzada con borceguíes de piel de cabra, acompañada de una joven
su hija sin duda que llevaba sombrero y una sombrilla verde.
Toma esto, hermano, en nombre de Cristo.
Él tomó la moneda y ellas continuaron su camino. Era una pieza de veinte
kopeks. Se comprendía que, al ver su aspecto y su indumentaria, le hubieran
tomado por un mendigo. La generosa ofrenda de los veinte kopeks se debía,
sin duda, a que el latigazo había despertado la compasión de las dos mujeres.
Apretando la moneda con la mano, dio una veintena de pasos más y se detuvo
de cara al