¿Hace mucho tiempo que está usted enfermo? gritó Ilia Petrovitch desde su
mesa, donde también estaba hojeando papeles. Se había acercado como
todos los demás, a Raskolnikof y le había examinado durante su
desvanecimiento. Cuando vio que volvía en sí, se apresuró a regresar a su
puesto.
Desde anteayer balbuceó Raskolnikof.
¿Salió usted ayer?
Sí.
¿Aun estando enfermo?
Sí.
¿A qué hora?
De siete a ocho.
Permítame que le pregunte dónde estuvo.
En la calle.
He aquí una contestación clara y breve.
Raskolnikof había dado estas respuestas con voz dura y entrecortada. Estaba
pálido como un lienzo. Sus grandes ojos, negros y ardientes, no se abatían
ante la mirada de Ilia Petrovitch.
Apenas puede tenerse en pie, y tú todavía... empezó a decir el comisario.
No se preocupe repuso Ilia Petrovitch con acento enigmático.
Nikodim Fomitch iba a decir algo más, pero su mirada se encontró casualmente
con la del secretario, que estaba fija en él, y esto fue suficiente para que se
callara. Se hizo un silencio general, repentino y extraño.
Ya no le necesitamos dijo al fin Ilia Petrovitch . Puede usted march arse.
Raskolnikof se fue. Apenas hubo salido, la conversación se reanudó entre los
policías con gran vivacidad. La voz del comisario se oía más que las de sus
compañeros. Parecía hacer preguntas.
Ya en la calle, Raskolnikof recobró por completo la calma.
«Sin duda, van a hacer un registro, y en seguida se decía mientras se
encaminaba a su alojamiento . ¡Los muy canallas! Sospechan de mí.»
Y el terror que le dominaba poco antes volvió a apoderarse de él enteramente.
II
Y si el registro se ha efectuado ya? También podría ser que me encontrase con
la policía en casa.»
Pero en su habitación todo estaba en orden y no había nadie. Nastasia no
había tocado nada.
«Señor, ¿cómo habré podido dejar las joyas ahí?»
Corrió al rincón, introdujo la mano detrás del papel, retiró todos los objetos y
fue echándolos en sus bolsillos. En total eran ocho piezas: dos cajitas que
contenían pendientes o algo parecido (no se detuvo a mirarlo); cuatro
pequeños estuches de tafilete; una cadena de reloj envuelta en un trozo de
papel de periódico, y otro envoltorio igual que, al parecer, contenía una
condecoración. Raskolnikof repartió todo esto por sus bolsillos, procurando que
no abultara demasiado, cogió también la bolsita y salió de la habitación,
dejando la puerta abierta de par en par.
Avanzaba con paso rápido y firme. Estaba rendido, pero conservaba la lucidez
mental. Temía que la policía estuviera ya tomando medidas contra él; que al
cabo de media hora, o tal vez sólo de un cuarto, hubiera decidido seguirle. Por
lo tanto, había que apresurarse a hacer desaparecer aquellos objetos
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