Ya está. Puede firmar.
El secretario tomó la hoja de manos de Raskolnikof y se volvió hacia los que
esperaban.
Raskolnikof entregó la pluma, pero, en vez de levantarse, apoyó los codos en
la mesa y hundió la cabeza entre las manos. Tenía la sensación de que le
estaban barrenando el cerebro. De súbito le acometió un pensamiento
incomprensible: levantarse, acercarse al comisario y referirle con todo detalle el
episodio de la vieja; luego llevárselo a su habitación y mostrarle las joyas
escondidas detrás del papel de la pared. Tan fuerte fue este impulso que se
levantó dispuesto a llevar a cabo el propósito, pero de pronto se dijo: «¿No
será mejor que lo piense un poco, aunque sea un minuto...? No, lo mejor es no
pensarlo y quitarse de encima cuanto antes esta carga.
Pero se detuvo en seco y quedó clavado en el sitio. El comisario hablaba
acaloradamente con Ilia Petrovitch. Raskolnikof le oyó decir:
Es absurdo. Habrá que ponerlos en libertad a los dos. Todo contradice
semejante acusación. Si hubiesen cometido el crimen, ¿con qué fin habrían ido
a buscar al portero? ¿Para delatarse a sí mismos? ¿Para desorientar? No, es
un ardid demasiado peligroso. Además, a Pestriakof, el estudiante, le vieron los
dos porteros y una tendera ante la puerta en el momento en que llegó. Iba
acompañado de tres amigos que le dejaron pero en cuya presencia preguntó al
portero en qué piso vivía la vieja. ¿Habría hecho esta pregunta si hubiera ido a
la casa con el propósito que se le atribuye? En cuanto a Koch, estuvo media
hora en la orfebrería de la planta baja antes de subir a casa de la vieja. Eran
exactamente las ocho menos cuarto cuando subió. Reflexionemos...
Permítame. ¿Qué explicación puede darse a la contradicción en que han
incurrido? Afirman que llamaron, que la puerta estaba cerrada. Sin embargo,
tres minutos después, cuando vuelven a subir con el portero, la puerta está
abierta.
Ésa es la cuestión principal. No cabe duda de que el asesino estaba en el piso
y había echado el cerrojo. Seguro que lo habrían atrapado si Koch no hubiese
cometido la tontería de abandonar la guardia para bajar en busca de su amigo.
El asesino aprovechó ese momento para deslizarse por la escalera y escapar
ante sus mismas narices. Koch está aterrado; no cesa de santiguarse y decir
que si se hubiese quedado junto a la puerta del piso, el asesino se habría
arrojado sobre él y le habría abierto la cabeza de un hachazo. Va a hacer
cantar un Tedeum...
¿Y nadie ha visto al asesino?
¿Cómo quiere usted que lo vieran? dijo el secretario, que desde su puesto
estaba atento a la conversación . Esa casa es un arca de Noé.
La cosa no puede estar más clara dijo el comisario, en un tono de convicción.
Por el contrario, está oscurísima replicó Ilia Petrovitch.
Raskolnikof cogió su sombrero y se dirigió a la puerta. Pero no llegó a ella...
Cuando volvió en sí, se vio sentado en una silla. Alguien le sostenía por el lado
derecho. A su izquierda, otro hombre le presentaba un vaso amarillento lleno
de un líquido del mismo color. El comisario, Nikodim Fomitch, de pie ante él, le
miraba fijamente. Raskolnikof se levantó.
¿Qué le ha pasado? ¿Está enfermo? le preguntó el comisario secamente.
Apenas podía sostener la pluma hace un momento, cuando escribía su
declaración observó el secretario, volviendo a sentarse y empezando de nuevo
a hojear papeles.
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