reveladores. No debía cejar en este propósito mientras le quedara el menor
residuo de fuerzas y de sangre fría... ¿Adónde ir...? Este punto estaba ya
resuelto. «Arrojaré las cosas al canal y el agua se las tragará, de modo que no
quedará ni rastro de este asunto.» Así lo había decidido la noche anterior, en
medio de su delirio, e incluso había intentado varias veces levantarse para
llevar a cabo cuanto antes la idea.
Sin embargo, la ejecución de este plan presentaba grandes dificultades.
Durante más de media hora se limitó a errar por el malecón del canal,
inspeccionando todas las escaleras que conducían al agua. En ninguna podía
llevar a la práctica su propósito. Aquí había un lavadero lleno de lavanderas,
allí varias barcas amarradas a la orilla. Además, el malecón estaba repleto de
transeúntes. Se le podía ver desde todas partes, y a quien lo viera le extrañaría
que un hombre bajara las escaleras expresamente para echar una cosa al
agua. Por añadidura, los estuches podían quedar flotando, y entonces todo el
mundo los vería. Lo peor era que las personas con que se cruzaba le miraban
de un modo singular, como si él fuera lo único que les interesara. «¿Por qué
me mirarán así? se decía . ¿O todo será obra de mi imaginación?»
Al fin pensó que acaso sería preferible que se dirigiera al Neva. En sus
malecones había menos gente. Allí llamaría menos la atención, le sería más
fácil tirar las joyas y detalle importantísimo estaría más lejos de su barrio.
De pronto se preguntó, asombrado, por qué habría estado errando durante
media hora ansiosamente por lugares peligrosos, cuando se le ofrecía una
solución tan clara. Había perdido media hora entera tratando de poner en
práctica un plan insensato forjado en un momento de desvarío. Cada vez era
más propenso a distraerse, su memoria vacilaba, y él se daba cuenta de ello.
Había que apresurarse.
Se dirigió al Neva por la avenida V. Pero por el camino tuvo otra idea. ¿Por qué
ir al Neva? ¿Por qué arrojar los objetos al agua? ¿No era preferible ir a
cualquier lugar lejano, a las islas, por ejemplo, buscar un sitio solitario en el
interior de un bosque y enterrar las cosas al pie de un árbol, anotando
cuidadosamente el lugar donde se hallaba el escondite? Aunque sabía que en
aquel momento era incapaz de razonar lógicamente, la idea le pareció
sumamente práctica.
Pero estaba escrito que no había de llegar a las islas. Al desembocar en la
plaza que hay al final de la avenida V. vio a su izquierda la entrada de un gran
patio protegido por altos muros. A la derecha había una pared que parecía no
haber estado pintada nunca y que pertenecía a una casa de altura
considerable. A la izquierda, paralela a esta pared, corría una valla de madera
que penetraba derechamente unos veinte pasos en el patio y luego se
desviaba hacia la izquierda. Esta empalizada limitaba un terreno desierto y
cubierto de materiales. Al fondo del patio había un cobertizo cuyo techo
rebasaba la altura de la valla. Este cobertizo debía de ser un taller de
carpintería, de guarnicionería o algo similar. Todo el suelo del patio estaba
cubierto de un negro polvillo de carbón.
«He aquí un buen sitio para tirar las joyas pensó . Después se va uno, y
asunto concluido.»
Advirtiendo que no había nadie, penetró en el patio. Cerca de la puerta, ante la
empalizada, había uno de esos canalillos que suelen verse en los edificios
donde hay talleres. En la valla, sobre el canal, alguien había escrito con tiza y
con las faltas de rigor: «Proivido acer aguas menores.» Desde luego,
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