gran inquietud al verla en semejante estado, pero no decía nada e incluso la
ayudaba a preparar el recibimiento de Rodia.
Al fin, tras un día de agitación, de visiones, de ensueños felices y de lágrimas,
Pulqueria Alejandrovna perdió por completo el juicio y murió quince días
después. Las palabras que dejó escapar en su delirio hicieron suponer a los
que le rodeaban que sabía de la suerte de su hijo mucho más de lo que se
sospechaba.
Raskolnikof ignoró durante largo tiempo la muerte de su madre. Sin embargo,
desde su llegada a Siberia recibía regularmente noticias de su familia por
mediación de Sonia, que escribía todos los meses a los esposos Rasumikhine
y nunca dejaba de recibir respuesta. Las cartas de Sonia parecieron al principio
demasiado secas a Dunia y su marido. No les gustaban. Pero después
comprendieron que Sonia no podía escribir de otro modo y que, al fin y al cabo,
aquellas cartas les daban una idea clara y precisa de la vida del desgraciado
Raskolnikof, pues abundaban en detalles sobre este punto. Sonia describía tan
simple como minuciosamente la existencia de Raskolnikof en el presidio. No
hablaba de sus propias esperanzas, de sus planes para el futuro ni de sus
sentimientos personales. En vez de explicar el estado espiritual, la vida interior
del condenado, de interpretar sus reacciones, se limitaba a citar hechos, a
repetir las palabras pronunciadas por Rodia, a dar noticias de su salud, a
transmitir los deseos que había expresado, los encargos que había hecho...
Gracias a estas no