¡Otra vez las lágrimas! No me hagas caso, Rodia: estoy loca.
Se levantó precipitadamente y exclamó:
¡Dios mío! Tenemos café y no te he dado. ¡Lo que es el egoísmo de las viejas!
Un momento, un momento...
No, mamá, no me des café. Me voy en seguida. Escúchame, te ruego que me
escuches.
Pulqueria Alejandrovna se acercó tímidamente a su hijo. Mamá, ocurra lo que
ocurra y oigas decir de mí lo que oigas, ¿me seguirás queriendo como me
quieres ahora? preguntó Rodia, llevado de su emoción y sin medir el alcance
de sus palabras.
Pero, Rodia, ¿qué te pasa? ¿Por qué me haces esas preguntas? ¿Quién se
atreverá a decirme nada contra ti? Si alguien lo hiciera, me negaría a
escucharle y le volvería la espalda.
He venido a decirte que te he querido siempre y que soy feliz al pensar que no
estás sola ni siquiera cuando Dunia se ausenta. Por desgraciada que seas,
piensa que tu hijo te quiere más que a sí mismo y que todo lo que hayas
podido pensar sobre mi crueldad y mi indiferencia hacia ti ha sido un error.
Nunca dejaré de quererte... Y basta ya. He comprendido que debía hablarte
así, darte esta e