presentó, completamente empapado, en casa de los padres de su prometida,
que habitaban un pequeño departamento en la tercera avenida de Vasilievski
Ostrof. No le fue fácil conseguir que le abrieran. Su llegada a aquella hora
intempestiva causó gran desconcierto. Pero Arcadio Ivanovitch tenía el don de
captarse a las personas cuando se lo proponía, y aquellos padres que en el
primer momento y con sobrados motivos habían considerado la visita de
Svidrigailof como una calaverada de borracho, se convencieron muy pronto de
su error.
La inteligente y amable madre de la novia le acercó el sillón del achacoso
padre y abrió la conversación con grandes rodeos. Nunca iba derecha al
asunto y empezaba por una serie de sonrisas, gestos y ademanes. Por
ejemplo, cuando quiso saber la fecha en que Arcadio Ivanovitch se proponía
celebrar la boda, comenzó interesándose vivamente por París y la vida de su
alta sociedad, para ir trasladándolo poco a poco desde aquella lejana capital a
Vasilievski Ostrof.
Arcadio Ivanovitch había respetado siempre estas pequeñas argucias, pero
aquella noche estaba más impaciente que de costumbre y solicitó ver en
seguida a su futura esposa, a pesar de que le habían dicho que estaba
acostada. Su demanda fue atendida.
Svidrigailof dijo simplemente a su novia que un asunto urgente le obligaba a
ausentarse de Petersburgo y que por esta razón le entregaba quince mil rublos,
insignificante cantidad que tenía intención de ofrecerle desde hacía tiempo y
que le rogaba que la aceptase como regalo de boda. No se comprendía la
relación que pudiera existir entre semejante obsequio y el anunciado v