¡Calma, señores! No se admiten riñas en los lugares públicos.
Y preguntó a Raskolnikof, al reparar en su destrozado traje:
¿Qué le ocurre a usted? ¿Cómo se llama?
Raskolnikof lo examinó atentamente. El policía tenía una noble cara de soldado
y lucía mostachos y grandes patillas. Su mirada parecía llena de inteligencia.
Precisamente es usted el hombre que necesito gritó el joven cogiéndole del
brazo . Soy Raskolnikof, antiguo estudiante... Digo que lo necesito por usted
añadió dirigiéndose al otro Venga, guardia; quiero que vea una cosa...
Y sin soltar el brazo del policía lo condujo al banco.
Venga... Mire... Está completamente embriagada. Hace un momento se
paseaba por el bulevar. Sabe Dios lo que será, pero desde luego, no tiene
aspecto de mujer alegre profesional. Yo creo que la han hecho beber y se han
aprovechado de su embriaguez para abusar de ella. ¿Comprende usted?
Después la han dejado libre en este estado. Observe que sus ropas están
desgarradas y mal puestas. No se ha vestido ella misma, sino que la han
vestido. Esto es obra de unas manos inexpertas, de unas manos de hombre;
se ve claramente. Y ahora mire para ese lado. Ese señor con el que he estado
a punto de llegar a las manos hace un momento es un desconocido para mí: es
la primera vez que le veo. Él la ha visto como yo, hace unos instantes, en su
camino, se ha dado cuenta de que estaba bebida, inconsciente, y ha sentido un
vivo deseo de acercarse a ella y, aprovechándose de su estado, llevársela Dios
sabe adónde. Estoy seguro de no equivocarme. No me equivoco, créame. He
visto cómo la acechaba. Yo he desbaratado sus planes, y ahora sólo espera
que me vaya. Mire: se ha retirado un poco y, para disimular, está haciendo un
cigarrillo. ¿Cómo podríamos librar de él a esta pobre chica y llevarla a su casa?
Piense a ver si se le ocurre algo.
El agente comprendió al punto la situación y se puso a reflexionar. Los
propósitos del grueso caballero saltaban a la vista; pero había que conocer los
de la muchacha. El agente se inclinó sobre ella para examinar su rostro desde
más cerca y experimentó una sincera compasión.
¡Qué pena! exclamó, sacudiendo la cabeza . Es una niña. Le han tendido un
lazo, no cabe duda... Oiga, señorita, ¿dónde vive?
La muchacha levantó sus pesados párpados, miró con una expresión de
aturdimiento a los dos hombres a hizo un gesto como para rechazar sus
preguntas.
Oiga, guar dia dijo Raskolnikof, buscando en sus bolsillos, de donde extrajo
veinte kopeks . Aquí tiene dinero. Tome un coche y llévela a su casa. ¡Si
pudiéramos averiguar su dirección...!
Señorita volvió a decir el agente, cogiendo el dinero : voy a parar un coche y
la acompañaré a su casa. ¿Adónde hay que llevarla? ¿Dónde vive?
¡Dejadme en paz! ¡Qué pelmas! exclamó la muchacha, repitiendo el gesto de
rechazar a alguien.
Es lamentable. ¡Qué vergüenza! se dolió el agente, sacudiendo la cabeza
nuevamente con un gesto de reproche, de piedad y de indignación . Ahí está la
dificultad añadió, dirigiéndose a Raskolnikof y echándole por segunda vez una
rápida mirada de arriba abajo. Sin duda le extrañaba que aquel joven andrajoso
diera dinero . ¿La ha encontrado usted lejos de aquí? le preguntó.
Ya le he dicho que ella iba delante de mí por el bulevar. Se tambaleaba y,
apenas ha llegado al banco, se ha dejado caer.
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