CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 35

¡Qué cosas tan vergonzosas se ven hoy en este mundo, Señor! ¡Tan joven, y ya bebida! No cabe duda de que la han engañado. Mire: sus ropas están llenas de desgarrones. ¡Ah, cuánto vicio hay hoy por el mundo! A lo mejor es hija de casa noble venida a menos. Esto es muy corriente en nuestros tiempos. Parece una muchacha de buena familia. De nuevo se inclinó sobre ella. Tal vez él mismo era padre de jóvenes bien educadas que habrían podido pasar por señoritas de buena familia y finos modales. Lo más importante exclamó Raskolnikof, agitado , lo más importante es no permitir que caiga en manos de ese malvado. La ultrajaría por segunda vez; sus pretensiones son claras como el agua. ¡Mírelo! El muy granuja no se va. Hablaba en voz alta y señalaba al desconocido con el dedo. Éste lo oyó y pareció que iba a dejarse llevar de la cólera, pero se contuvo y se limitó a dirigirle una mirada desdeñosa. Luego se alejó lentamente una docena de pasos y se detuvo de nuevo. No permitir que caiga en sus manos repitió el agente, pensativo . Desde luego, eso se podría conseguir. Pero tenemos que averiguar su dirección. De lo contrario... Oiga, señorita. Dígame... Se había inclinado de nuevo sobre ella. De súbito, la muchacha abrió los ojos por completo, miró a los dos hombres atentamente y, como si la luz se hiciera repentinamente en su cerebro, se levantó del banco y emprendió a la inversa el camino por donde había venido. ¡Los muy insolentes! murmuró . ¡No me los puedo quitar de encima! Y agitó de nuevo los brazos con el gesto del que quiere rechazar algo. Iba con paso rápido y todavía inseguro. El elegante desconocido continuó la persecución, pero por el otro lado de la calzada y sin perderla de vista. No se inquiete dijo resueltamente el policía, ajustando su paso al de la muchacha : ese hombre no la molestará. ¡Ah, cuánto vicio hay por el mundo! repitió, y lanzó un suspiro. En ese momento, Raskolnikof se sintió asaltado por un impulso incomprensible. ¡Oiga! gritó al noble bigotudo. El policía se volvió. ¡Déjela! ¿A usted qué? ¡Deje que se divierta! y señalaba al perseguidor . ¿A usted qué? El agente no comprendía. Le miraba con los ojos muy abiertos. Raskolnikof se echó a reír. ¡Bah! exclamó el agente mientras sacudía la mano con ademán desdeñoso. Y continuó la persecución del elegante señor y de la muchacha. Sin duda había tomado a Raskolnikof por un loco o por algo peor. Cuando el joven se vio solo se dijo, indignado: «Se lleva mis veinte kopeks. Ahora hará que el otro le pague también y le dejará la muchacha: así terminará la cosa. ¿Quién me ha mandado meterme a socorrerla? ¿Acaso esto es cosa mía? Sólo piensan en comerse vivos unos a otros. ¿A mí qué me importa? Tampoco sé cómo me he atrevido a dar esos veinte kopeks. ¡Como si fueran míos...!» A pesar de estas extrañas palabras, tenía el corazón oprimido. Se sentó en el banco abandonado. Sus pensamientos eran incoherentes. Por otra parte, pensar, fuera en lo que fuere, era para él un martirio en aquel momento.   34