Svidrigailof esbozó una sonrisa bonachona, pero estaba ya demasiado
nervioso para desempeñar a la perfección su papel. Su corazón latía con
violencia; sentía una fuerte opresión en el pecho. Procuraba levantar la voz
para disimular su creciente agitación. Pero Dunia ya no veía nada: las últimas
palabras de Svidrigailof sobre sus temores de niña la habían herido en su amor
propio hasta cegarla.
Aunque sé que es usted un hombre sin honor dijo, afectando una calma que
desmentía el vivo color de su rostro , no me inspira usted temor alguno.
Indíqueme el camino.
Svidrigailof se detuvo ante la habitación de Sonia.
Permítame que vea si está... Pues no, se ha marchado. Es una contrariedad.
Pero estoy seguro de que no tardará en volver. Sin duda ha ido a ver a una
señora por el asunto de los huérfanos. La madre de esos niños acaba de morir.
Yo me he interesado en el asunto y he dado ya ciertos pasos. Si Sonia
Simonovna no ha regresado dentro de diez minutos y usted quiere hablar con
ella, la enviaré a su casa esta misma tarde. Ya estamos en mis habitaciones.
Son dos... Mi patrona, la señora Resslich, habita al otro lado del tabique. Ahora
eche una mirada por aquí. Quiero mostrarle mis «documentos», por decirlo así.
La puerta de mi habitación da a un alojamiento de dos piezas, que está
completamente vacío... Mire con atención. Debe usted tener un conocimiento
exacto del lugar del hecho.
Svidrigailof disponía de dos habitaciones amuebladas bastante espaciosas.
Dunetchka miró en torno de ella con desconfianza, pero no vio nada
sospechoso en la colocación de los muebles ni en la disposición del local. Sin
embargo, debió advertir que el alojamiento de Svidrigailof se hallaba entre
otros dos deshabitados. No se llegaba a sus habitaciones por el corredor, sino
atravesan