personal y la sostiene con toda franqueza. Por eso mismo me ha llamado la
atención lo que ha dicho.
¿Por eso sólo?
Es más que suficiente.
Svidrigailof estaba visiblemente excitado, aunque no en extremo, pues sólo
había bebido medio vaso de champán.
Me parece que cuando usted vino a mi casa observó Raskolnikof no sabía
aún que yo tenía eso que usted llama una opinión personal.
Entonces nos preocupaban otras cosas. Cada cual tiene sus asuntos. En lo
que concierne al milagro, debo decirle que parece haber pasado usted
durmiendo estos días. Yo le di la dirección de esta casa. El hecho de que usted
haya venido no tiene, pues, nada de extraordinario. Yo mismo le indiqué el
camino que debía seguir y las horas en que podría encontrarme aquí. ¿No
recuerda usted?
No; no lo había olvidado repuso Raskolnikof, profundamente sorprendido.
Lo creo. Se lo dije dos veces. La dirección se grabó en su cerebro sin que
usted se diera cuenta, y ahora ha seguido este camino sin saber lo que hacía.
Por lo demás, cuando le hablé de todo esto, yo no esperaba que usted se
acordase. Usted no se cuida, Rodion Romanovitch... ¡Ah! Quiero decirle otra
cosa. En Petersburgo hay mucha gente que va hablando sola por la calle. Uno
se encuentra a cada paso con personas que están medio locas. Si tuviéramos
verdaderos sabios, los médicos, los juristas y los filósofos podrían hacer aquí,
cada uno en su especialidad, estudios sumamente interesantes. No hay ningún
otro lugar donde el alma humana se vea sometida a influencias tan sombrías y
extrañas. El mismo clima influye considerablemente. Por desgracia,
Petersburgo es el centro administrativo de la nación y su influencia se extiende
por todo el país. Pero no se trata precisamente de esto. Lo que quería decirle
es que le