CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 320

aquel rostro le había causado siempre un asombro profundo. En verdad, era un rostro extraño. Tenía algo de máscara. La piel era blanca y sonrosada; los labios, de un rojo vivo; la barba, muy rubia; el cabello, también rubio y además espeso. Sus ojos eran de un azul nítido, y su mirada, pesada e inmóvil. Aunque bello y joven cosa sorprendente dada su edad , aquel rostro tenía un algo profundamente antipático. Svidrigailof llevaba un elegante traje de verano. Su camisa, finísima, era de una blancura irreprochable. Una gran sortija con una valiosa piedra brillaba en su dedo. Ya que usted lo quiere, seguiremos hablando dijo Raskolnikof, entrando en liza repentinamente y con impaciencia febril . Por peligroso que sea usted y por poco que desee perjudicarme, no quiero andarme con rodeos ni con astucias. Le voy a demostrar ahora mismo que mi suerte me inspira menos temor del que cree usted. He venido a advertirle francamente que si usted abriga todavía contra mi hermana las intenciones que abrigó, y piensa utilizar para sus fines lo que ha sabido últimamente, le mataré sin darle tiempo a denunciarme para que me detengan. Puede usted creerme: mantendré mi palabra. Y ahora, si tiene algo que decirme (pues en estos últimos días me ha parecido que deseaba hablarme), dígalo pronto, pues no puedo perder más tiempo. ¿A qué vienen esas prisas? preguntó Svidrigailof, mirándole con una expresión de curiosidad. Todos tenemos nuestras preocupaciones repuso Raskolnikof, sombrío e impaciente. Acaba de invitarme usted a hablar con franqueza dijo Svidrigailof sonriendo , y a la primera pregunta que le dirijo me contesta con una evasiva. Usted cree que yo lo hago todo con una segunda intención y me mira con desconfianza. Es una actitud que se comprende, dada su situación; pero, por mucho que sea mi deseo de estar en buenas relaciones con usted, no me tomaré la molestia de engañarle. No vale la pena. Por otra parte, no tengo nada de particular que decirle. Siendo así, ¿por qué ese empeño en verme? Pues usted está siempre dando vueltas a mi alrededor. Usted es un hombre curioso y resulta interesante observarlo. Me seduce lo que su situación tiene de fantástica. Además, es usted hermano de una mujer que me interesó mucho. Y, en fin, tiempo atrás me habló tanto de usted esa mujer, que llegué a la conclusión de que ejercía usted una fuerte influencia sobre ella. Me parece que son motivos suficientes. ¡Je, je! Sin embargo, le confieso que su pregunta me parece tan compleja, que me es difícil responderle. Ahora mismo, si usted ha venido a verme, no ha sido por ningún asunto determinado, sino con la esperanza de que yo le diga algo nuevo. ¿No es así? Confiéselo le invitó Svidrigailof con una pérfida sonrisita . Bien, pues se da el caso de que también yo, cuando el tren me traía a Petersburgo, alimentaba la esperanza de conocer cosas nuevas por usted, de sonsacarle algo. ¿Qué me podía sonsacar? Pues ni yo mismo lo sé... Ya ve usted en qué miserable taberna paso los días. Aquí estoy muy a gusto, y, aunque no lo estuviera, en alguna parte hay que pasar el tiempo... ¡Esa pobre Katia...! ¿La ha visto usted...? Si al menos fuera un glotón o un gastrónomo... Pero no: eso es todo lo que puedo comer y señalaba una mesita que había en un rincón, donde se veía un plato de hojalata con los restos de un mísero bistec . A propósito, ¿ha comido usted?   319