me alimentaba. No pedía nada. Por las noches no tenía luz, y prefería
permanecer en la oscuridad a ganar lo necesario para comprarme una bujía.
»En vez de trabajar, vendí mis libros. Todavía hay un dedo de polvo en mi
mesa, sobre mis cuadernos y mis papeles. Prefería pensar tendido en mi diván.
Pensar siempre... Mis pensamientos eran muchos y muy extraños... Entonces
empecé a imaginar... No, no fue así. Tampoco ahora cuento las cosas como
fueron... Entonces yo me preguntaba continuamente: "Ya que ves la estupidez
de los demás, ¿por qué no buscas el modo de mostrarte más inteligente que
ellos?" Más adelante, Sonia, comprendí que esperar a que todo el mundo fuera
inteligente suponía una gran pérdida de tiempo. Y después me convencí de
que este momento no llegaría nunca, que los hombres no podían cambiar, que
no estaba en manos de nadie hacerlos de otro modo. Intentarlo habría sido
perder el tiempo. Sí, todo esto es verdad. Es la ley humana. La ley, Sonia, y
nada más. Y ahora sé que quien es dueño de su voluntad y posee una
inteligencia poderosa consigue fácilmente imponerse a los demás hombres;
que el más osado es el que más razón tiene a los ojos ajenos; que quien
desafía a los hombres y los desprecia conquista su respeto y llega a ser su
legislador. Esto es lo que siempre se ha visto y lo que siempre se verá. Hay
que estar ciego para no advertirlo.
Raskolnikof, aunque miraba a Sonia al pronunciar estas palabras, no se
preocupaba por saber si ella le comprendía. La fiebre volvía a dominarle y era
presa de una sombría exaltación (en verdad, hacía mucho tiempo que no había
conversado con ningún ser humano). Sonia comprendió que aquella trágica
doctrina constituía su ley y su fe.
Entonces me convencí, Sonia continuó el joven con ardor , de que sólo posee
el poder aquel que se inclina para recogerlo. Está al alcance de todos y basta
atreverse a tomarlo. Entonces tuve una idea que n