Había hecho esta súplica amargamente. No era así como él había previsto
confesar su crimen: la realidad era muy distinta de lo que se había imaginado.
Sonia estaba fuera de sí. Saltó del lecho. De pie en medio de la habitación, se
retorcía las manos. Luego volvió rápidamente sobre sus pasos y de nuevo se
sentó al lado de Raskolnikof, tan cerca que sus cuerpos se rozaban. De pronto
se estremeció como si la hubiera asaltado un pensamiento espantoso, lanzó un
grito y, sin que ni ella misma supiera por qué, cayó de rodillas delante de
Raskolnikof.
¿Qué ha hecho usted? Pero ¿qué ha hecho usted? exclamó, desesperada.
De pronto se levantó y rodeó fuertemente con los brazos el cuello del joven.
Raskolnikof se desprendió del abrazo y la contempló con una triste sonrisa.
No lo comprendo, Sonia. Me abrazas y me besas después de lo que te acabo
de confesar. No sabes lo que haces.
Ella no le escuchó. Gritó, enloquecida:
¡No hay en el mundo ningún hombre tan desgraciado como tú!
Y prorrumpió en sollozos.
Un sentimiento ya olvidado se apoderó del alma de Raskolnikof. No se pudo
contener. Dos lágrimas brotaron de sus ojos y quedaron pendientes de sus
pestañas.
¿No me abandonarás, Sonia? preguntó, desesperado.
No, nunca, en ninguna parte. Te seguiré adonde vayas. ¡Señor, Señor! ¡Qué
desgraciada soy...! ¿Por qué no te habré conocido antes? ¿Por qué no has
venido antes? ¡Dios mío!
Pero he venido.
¡Ahora...! ¿Qué podemos hacer ahora? ¡Juntos, siempre juntos! exclamó
Sonia volviendo a abrazarle . ¡Te seguiré al presidio!
Raskolnikof no pudo disimular un gesto de indignación. Sus labios volvieron a
sonreír como tantas veces habían sonreído, con una expresión de odio y
altivez.
No tengo ningún deseo de ir a presidio, Sonia.
Tras los primeros momentos de piedad dolorosa y apasionada hacia el
desgraciado, la espantosa idea del asesinato reapareció en la mente de la
joven. El tono en que Raskolnikof había pronunciado sus últimas palabras le
recordaron de pronto que estaba ante un asesino. Se quedó mirándole
sobrecogida. No sabía aún cómo ni por qué aquel joven se había convertido en
un criminal. Estas preguntas surgieron de pronto en su imaginación, y las
dudas le asaltaron de nuevo. ¿Él un asesino? ¡Imposible!
Pero ¿qué me pasa? ¿Dónde estoy? exclamó profundamente sorprendida y
como si le costara gran trabajo volver a la realidad . Pero ¿cómo es posible que
un hombre como usted cometiera...? Además, ¿por qué?
Para robar, Sonia respondió Raskolnikof con cierto malestar.
Sonia se quedó estupefacta. De pronto, un grito escapó de sus labios.
¡Estabas hambriento! ¡Querías ayudar a tu madre! ¿Verdad?
No, Sonia, no balbuceó el joven, bajando y volviendo la cabeza . No estaba
hambriento hasta ese extremo... Ciertamente, quería ayudar a mi madre, pero
no fue eso todo... No me atormentes, Sonia.
Sonia se oprimía una mano con la otra.
Pero ¿es posible que todo esto sea real? ¡Y qué realidad, Dios mío! ¿Quién
podría creerlo? ¿Cómo se expl