CRIMEN Y CASTIGO crimen y castigo | Page 282

Apenas podía respirar. La palidez de su rostro aumentaba por momentos. El caso es que lo sé. Sonia permaneció callada un momento. ¿Lo han encontrado? preguntó al fin, tímidamente. No, no lo han encontrado. Entonces, ¿cómo sabe usted quién es? preguntó la joven tras un nuevo silencio y con voz casi imperceptible. Él se volvió hacia ella y la miró fijamente, con una expresión singular. ¿Lo adivinas? Una nueva sonrisa de impotencia flotaba en sus labios. Sonia sintió que todo su cuerpo se estremecía. Pero usted me... balbuceó ella con una sonrisa infantil . ¿Por qué quiere asustarme? Para saber lo que sé dijo Raskolnikof, cuya mirada seguía fija en la de ella, como si no tuviera fuerzas para apartarla , es necesario que esté «ligado» a «él»... Él no tenía intención de matar a Lisbeth... La asesinó sin premeditación... Sólo quería matar a la vieja... y encontrarla sola... Fue a la casa... De pronto llegó Lisbeth..., y la mató a ella también. Un lúgubre silencio siguió a estas palabras. Los dos jóvenes se miraban fijamente. Así, ¿no lo adivinas? preguntó de pronto. Tenía la impresión de que se arrojaba desde lo alto de una torre. No murmuró Sonia con voz apenas audible. Piensa. En el momento de pronunciar esta palabra, una sensación ya conocida por él le heló el corazón. Miraba a Sonia y creía estar viendo a Lisbeth. Conservaba un recuerdo imborrable de la expresión que había aparecido en el rostro de la pobre mujer cuando él iba hacia ella con el hacha en alto y ella retrocedía hacia la pared, como un niño cuando se asusta y, a punto de echarse a llorar, fija con terror la mirada en el objeto que provoca su espanto. Así estaba Sonia en aquel momento. Su mirada expresaba el mismo terror impotente. De súbito extendió el brazo izquierdo, apoyó la mano en el pecho de Raskolnikof, lo rechazó ligeramente, se puso en pie con un movimiento repentino y empezó a apartarse de él poco a poco, sin dejar de mirarle. Su espanto se comunicó al joven, que miraba a Sonia con el mismo gesto despavorido, mientras en sus labios se esbozaba la misma triste sonrisa infantil. ¿Has comprendido ya? murmuró. ¡Dios mío! gimió, horrorizada. Luego, exhausta, se dejó caer en su lecho y hundió el rostro en la almohada. Pero un momento después se levantó vivamente, se acercó a Raskolnikof, le cogió las manos, las atenazó con sus menudos y delgados dedos y fijó en él una larga y penetrante mirada. Con esta mirada, Sonia esperaba captar alguna expresión que le demostrase que se había equivocado. Pero no, no cabía la menor duda: la simple suposición se convirtió en certeza. Más adelante, cuando recordaba este momento, todo le parecía extraño, irreal. ¿De dónde le había venido aquella certeza repentina de no equivocarse? Porque en modo alguno podía decir que había presentido aquella confesión. Sin embargo, apenas le hizo él la confesión, a ella le pareció haberla adivinado. Basta, Sonia, basta. No me atormentes.   281